No es tarea fácil. Poner en su sitio a los sediciosos catalanes costará más tiempo y paciencia de lo deseado por el común. Más allá de la chulería impostada con que amenazan para el próximo otoño, la sedición tiene tanto recorrido como los años transcurridos bajo la dictadura cultural del nacionalismo. Una generación entera ha sido víctima de la ortodoxia pública definida por una camarilla política bañada en abundante dinero público; el que hiciera falta para que la máquina estatal funcionara en tiempos de escasez parlamentaría.
Poco importa que los caudillos de aquella partida burguesa estén hoy penando en tribunales y prisiones su afán por el enriquecimiento a costa de sus conciudadanos; son los padres fundadores de un movimiento que se les escapó de entre los dedos mientras contaban billetes; de un mítico sueño que hoy velan sus tradicionales enemigos de clase: esquerras y populistas de diversa condición.
Los sediciosos no tienen vuelta atrás, y comienzan a saber que delante no hay salida. Perdidas las razones sólo les queda la escandalera, la amenaza, el plante. Pero no es fácil volar los cimientos de la democracia, romper la Constitución; como la trova de Don Mendo dice, Para asaltar torreones cuatro Quiñones son pocos ¡Hacen falta más Quiñones! Y no parece que los sediciosos cuenten con más de los que son; por el contrario mes a mes van surgiendo de la sociedad catalana otras voces.
Son ciudadanos e instituciones que ya se atreven a levantar su palabra contra la confrontación y la intolerancia de una clase política incapaz de gobernar la convivencia y el progreso como, mejor o peor, se viene haciendo en el resto del país. Ahí, en esa quinta columna, radica la mejor arma contra la sedición. Es la propia sociedad amenazada quien ha de defender la Ley que garantiza sus derechos y libertades; sin su concurso poco o nada cabe hacer efectivo desde el resto de la Nación.
Mientras ese movimiento de resistencia no acabe imponiendo su peso sobre el conjunto de la sociedad catalana, al Estado le cumple el deber de garantizar los derechos de todos los españoles y enfriar la tensión unilateralmente creada por los facciosos. La sedición se combate defendiendo la libertad allí donde es puesta en riesgo y eludiendo las provocaciones. Hasta llegar, naturalmente, hasta el punto de no retorno.
La reconquista de las conciencias perdidas por la inculcación durante tantos años de patrañas y ucrónicos horizontes costará mucha inteligencia y más tiempo del ahora disponible. En el fondo se trata de abrir a la luz de la democracia los recintos opresivos en que se cuecen prejuicios y arbitrarios totalitarismos. Lo demás, ganas de avivar el fuego prendido por unos insensatos.
Gracián dejó escrito en su Criticón, nunca hubo buena guerra, ni tampoco mala paz. No es mal consejo.