El Congreso socialista celebrado en Madrid este caluroso fin de semana ha sido trascendental; tanto como los celebrados en Suresnes, 1974, y Madrid, 1979. En aquellos se forjó la estructura partidaria de la socialdemocracia española con el liderazgo de un equipo encabezado por Felipe González. El clausurado ayer en Madrid ha roto amarras con los principios que hicieron del PSOE un partido de gobierno, concretamente el que más años ha administrado la democracia española. Su líder actual ha marcado el camino del asamblearismo populista.
Mal negocio para los españoles. Derrocar un gobierno no puede ser el objetivo primario de un partido democrático; en eso se ha quedado el nuevo socialismo español conducido por Pedro Sánchez, un líder carente de equipo y sin otra ambición que la del poder personal, cuyo camino pretende cubrir a lomos de una militancia encendida con escoria demagógica.
Este no es un país de muertos de hambre, ancianos sin pensión ni menores sin escuela. Esa pintura negra tiene corto recorrido, y aún más corto cuanto más empleo pueda seguir creándose –de ahí el afán por derogar la reforma laboral y demás tímidas liberalizaciones de los populares- y los españoles comiencen a presentir un futuro mejor.
A Sánchez le importa menos la realidad que hermanar sus huestes con las mareas y confluencias que Iglesias ha venido encabezando pero que parecen cada vez menos encandiladas con las payasadas de su líder. Sánchez detesta a Iglesias pero daría un ojo por hacerse con sus feligreses; eso le convertiría en el conductor real de la izquierda española. ¿Por qué no conseguir lo que González hizo a costa de Carrillo hace treinta y tantos años?
La diferencia estriba en que González no se travistió de comunista; los votantes en los años 80 del viejo PC de la resistencia antifranquista encontraron en el socialista un referente del progreso compatible con la democracia parlamentaria que cerraba medio siglo de enfrentamientos fratricidas.
Hoy Sánchez dice una cosa y la contraria con la alegría del prestidigitador que se ríe de sus propios trucos ante una audiencia asombrada por la celeridad de sus movimientos. Monta comandos de castigo en su propio partido con la misma decisión que designa portavoz parlamentario a una diputada experta en traspasar la puerta giratoria entre los tres poderes estatales, siempre amparada por el partido y preservando su virginidad militante.
Como para llegar a La Moncloa los podemitas no son suficientes el funambulismo le obliga a buscar la complicidad de las minorías nacionalistas, sediciosos incluidos, a quienes ha brindado el numerito de la Nación de Naciones.
Pero ni así le salen las cuentas, necesita a Rivera lo que le obliga a recitar el segundo apartado de primer artículo de la Constitución, aquello de que la soberanía nacional reside en el pueblo español. Toma nación de naciones.
En fin; el pretendiente más duramente derrotado en la historia de la democracia española se ha construido en el Congreso ayer cerrado una plataforma de proyección personal con todos las cautelas precisas para no volver a ser derrocado tras su próximo fracaso político. Como corresponde al sistema asambleario implantado tras la aniquilación del representativo, él sólo responderá ante las bases.
Otros caudillos se ponían en manos de la Historia.