El censor terminó censurado. Ridículo el de Iglesias Turrión. La moción de censura al Gobierno instada por Podemos podría acabar teniendo consecuencias en la propia formación podemita si su funcionamiento no respondiera al centralismo democrático propio de los viejos partidos comunistas. Iglesias hizo el ridículo, acentuado por la vibrante intervención de su telonera Montero.
Rajoy, quizá el mejor parlamentario del momento, no sólo salió indemne de la censura sino que consiguió deshacer el bloque opositor. La izquierda está rota. Los estrafalarios parlamentos de los podemitas son inasumibles para la socialdemocracia, incluso estando como el PSOE está; infumables para cualquier conocedor de la realidad española, incluidos los nacionalismos periféricos.
Ni las pinturas negras de Goya habrían llegado a tanto. Y es que, como Rajoy apuntó, los podemitas sólo tienen vida en tiempos de desastres. La cólera representa para ellos el papel que el oxígeno juega en los seres vivos. Cuando el crecimiento del empleo o de la capacidad de consumo familiar se hacen habituales, cada vez son menos los marginados y más la gente dispuesta a integrarse en la sociedad en marcha.
Pocos esperaban que Rajoy se fajara como lo hizo desde la misma presentación de la moción. Sus respuestas a Irene Montero tuvieron la capacidad descriptiva de la realidad que tanto se le echa en falta como líder del Ejecutivo. La situación anímica de la sociedad española sería bien distinta si se empleara con similar coraje ante los acontecimientos que aturden al común, Comenzando por la cruz de la corrupción y terminando por la raya de la sedición catalanista.
A quien se presentaba como aspirante a gobernar este país le puso ante la gran cuestión que no supo, quiso o pudo responder: ¿puede una parte de la Nación decidir lo que a todos afecta? Pregunta clave para poner a cada cual en su sitio y dejar aislado al aspirante a dirigir la oposición.
Iglesias no tiene más entidad que la que da el postureo ante las cámaras. Por ello pocos esperaban que el Presidente del Gobierno entrara a debatir en un moción puesta en pié con el mismo fin con que se monta un mitin en una plaza de pueblo. Pero una vez más sorprendió su manejo de los tiempos. Por muy serios que fueran los morlacos a que habría de enfrentarse, Rajoy se lanzó al ruedo sabedor de la fragilidad de quienes tenía enfrente.
Hace justamente treinta años un recién llegado a la presidencia de la Alianza Popular de Fraga quiso darse a conocer interponiendo una moción de censura a un Felipe González con mayoría absoluta en la Cámara. González declinó en Guerra su defensa y Hernández Mancha terminó su carrera política un año después. Su espectro sobrevoló la sesión celebrada ayer, martes y trece, en la Carrera de San Jerónimo.
Como las armas y las urnas, las mociones de censura las carga el diablo.