Celebraron ayer las Cortes Generales el 15 de junio del 77, una de las fechas fundantes de la democracia española. Homenaje a los primeros representantes de la soberanía nacional porque trenzaron el consenso constitucional amparados por Juan Carlos I. Pedagogía en vena a cargo del Rey Felipe VI y de la presidenta del Congreso. Una gran lección ignorada por las cadenas nacionales de televisión. Insólito.
De entre todas las carencias de nuestra sociedad hay una letal: la educación, y en todos los sentidos de tan polisémico término. Comenzando por el de la transmisión de conocimientos para el desarrollo la capacidad intelectual, moral y cívica de la persona de acuerdo con la cultura y normas de convivencia de la sociedad a la que pertenece. Y así van algunas cosas como van.
Aquellas primeras Cortes nacidas el 15-J dieron respuesta política a los errores del pasado, vino a decir el titular de la Corona en una brillante apuesta por el futuro de la Nación que se reseteó en la Transición. Errores aquellos similares a los que hoy asoman bajo el disfraz democrático del populismo antisistema y del nacionalismo sedicioso, instalados ambos en las instituciones políticas.
Sus representantes aguantaron con cierta paciencia la lección de democracia que nunca recibieron, o en todo caso pronto olvidaron. Al odio que germina en su resentimiento se une la ignorancia del terreno que pisan. Con un capullo rojo en la mano como testimonio de su fervor hacia la cuota parte de que se sienten herederos en la tragedia de las dos Españas.
Y allá arriba, en la tribuna de invitados, su catecúmeno Sánchez. Unidos aquellos y éste por el compromiso de deshacer lo hasta ahora hecho, parecen abocados al pecado original de tantos golpes y guerras, muertos y miseria como los que asolaron la convivencia en España durante un larguísimo siglo y medio.
Insólito paisanaje empeñado en contrarreformar la tímida liberalización hecha por un gobierno hoy en precaria minoría, tal vez y precisamente, por su falta de resolución para romper cuando pudo haberlo hecho con las telarañas sociales del franquismo.
Hace cuarenta años fue la fe en que un futuro mejor estaba a nuestro alcance lo que permitió a los españoles cerrar el pasado bajo doble llave, como a principios del siglo veinte Costa quería echar al sepulcro de Del Cid. En la Transición la doble llave fue el consenso, la cesión que unos y otros hicieron de sus particulares intereses para beneficio de todos. De verse, pasaron a mirarse a los ojos.
El proceso iniciado en diciembre de 1976 con la Ley para la Reforma Política y consolidado dos años después con la Constitución de la concordia, como la llamó Suárez, no fue regalo de nadie, ni nació bajo otra tutela que la del empeño por alcanzar la libertad para vivir en paz amparados por la ley.
Ese fue el secreto del renacimiento de España, vieja Nación la nuestra tantas veces víctima de los propios españoles.