“Usted siga en la televisión; yo quiero presidir el país”, así despidió Macron a Le Pen al finalizar el debate que mantuvieron a cara de perro en la televisión francesa.
El primero y último debate en la segunda vuelta de las presidenciales francesas fue un duelo brutal entre el populismo radical personificado por la candidata Le Pen y el reformismo no menos radical propugnado por Macron.
La primera incorpora todo lo necesario para explotar los agravios de los descontentos en la sociedad francesa, aguijonados por el terrorismo, el paro y el deterioro en amplios sectores de su capacidad de compra. Para ello se nutre de viejos recetarios, desde el nacionalismo fascista hasta el comunismo bolivariano. Propuestas, las del libro de petete. Sus primeras medidas, de resultar elegida: negociar con Bruselas la devolución de “las cuatro soberanías” y expulsar a los extranjeros en situación irregular.
Macron representa el polo opuesto. Su reformismo tal vez suene a chino en una sociedad esclerotizada desde hace decenas de años, incapaz de haber transformado sus viejas estructuras, incluso ante situaciones de emergencia como la reciente crisis económica.
Las dos horas de enfrentamiento sin tregua sobre media docena de asuntos de referencia han puesto de manifiesto que el populismo no tiene más armas que la descalificación y el repaso de la memoria histórica para granjearse la adhesión de los sucesores de aquellos parias de la tierra que cantaba la Internacional. Sin medidas articuladas, para qué; con interrupciones sistemáticas, tergiversaciones y ausencia de toda solvencia en los pocos momentos en que trató de exponer alguna línea programática.
(Entre paréntesis, la Le Pen recordó al Sánchez que llamó indecente a Rajoy en el debate de hace dos años y medio).
Predicar en aquel país la renovación de las estructuras acartonadas a golpe de ilustres funcionarios salidos de la ÉNA es poco menos que misión imposible. La Escuela Nacional de Administración creada por De Gaulle hace setenta y tantos años, estuvo dirigida por el entonces secretario general del PC francés, Maurice Thorez. Y de ella salieron presidentes y primeros ministros tanto conservadores como socialistas; desde Giscard y Chirac hasta Rocard y Fabius.
(También entre paréntesis cabría recordar que el modelo fue importado aquí unos años después, aunque sin tanto ringo rango, por López Rodó, el ministro de los planes de desarrollo del franquismo. La Escuela Nacional de Administración Pública no trataba de formar ningún alto funcionariado sino, simplemente, de habilitar funcionarios con que nutrir una nueva administración estatal). El tiempo ha venido a demostrar que a veces lo mejor es enemigo de lo bueno.
Buena parte de las reformas que Macron apuntó son las que aquí se iniciaron en los primeros años de nuestra democracia, se reactivaron al final del pasado siglo y la crisis ha impuesto en los últimos cuatro años. En España el programa del candidato francés independiente, o de centro izquierda, es conocido por haber sido asumido como el sentido común dicta ante la realidad de las cosas.
Allí está por ver, aunque los primeros sondeos han dado como ganador del debate al candidato de las soluciones, 65%, frente al 35% que se reconoce en la candidata de la indignación.
Menos mal.