Los nacionalistas vascos, el PNV de Urkullu, muestran el camino que perdieron los catalanes de la Convergencia de Mas. La diferencia entre ambos movimientos, genes y RH sanguíneo al margen, quizá resida en que los vascos son gente de mayor fundamento. Dicho en plata: más limpia, más seria. No necesitan correr en pos de una independencia ilusoria para tapar basura como la que acumularon durante décadas los convergentes catalanes; y aún menos llevando en volandas a la extrema izquierda.
Nacieron ambos nacionalismos al calor del tardo romanticismo que meció las cunas de pueblos como el italiano. El Risorgimento al que puso música el Verdi de Nabuco, o la Renaixença con las letras de Verdaguer y el Guimerá de La Santa Espina – Som i serem gent catalana/tant si es vol com si no es vol- son a su vez tributarios del Volkgeist, el espíritu del pueblo al que décadas antes había dado forma Fichte en sus Discursos a la Nación Alemana.
Como los nacionalismos que hoy se rebelan contra la globalización derivada de la tercera revolución industrial, el alemán del siglo XIX fue una reacción frente al racionalismo francés que Napoleón extendió por Europa. Bult und Boden (sangre y tierra). La lucha del mythos contra el logos; la leyenda frente a la Historia, y por esos derroteros terminó Hitler destruyendo Europa entera.
Aquí, entre Prat de la Riva y Sabino Arana se dieron las diferencias y similitudes que marcan las divergencias que con el paso de los años separan los nacionalismos catalán y vasco. El caso es que hoy los herederos de la romántica ensoñación de crear un imperio catalán que abarcara desde el antiguo reino napolitano hasta Lisboa se sientan en diversos banquillos acusados de burlar las leyes y robar a sus conciudadanos.
Los de Arana en cambio, aquel carlista que se alzó contra el resto de España, insultón y racista, tras el paso del terrorismo más brutal, gobiernan hoy su territorio con destreza y cumplen las leyes como es lo propio dentro de un Estado democrático de derecho. Tan nacionalistas como los del otro lado del Ebro son conscientes de hasta dónde puede llegar el sueño y cuándo empieza la realidad. La burguesía industriosa vasca mantiene el poder político y social sin cesiones sustanciales a los radicales y el país crece más y mejor.
Las posiciones minoritarias que tanto ellos como los populares en el Gobierno de la Nación está haciendo posible acuerdos políticos hoy impensable con el nacionalismo burgués catalán, sumido en la debacle. De esa confluencia de intereses todos saldremos ganando; de lo otro, del absurdo enfrentamiento visceral, nada bueno cabe esperar durante bastante tiempo.