Es sorprendente la distancia que media entre lo que las noticias cuentan de España y lo que los españoles ven, sienten y dicen de España. Y luego está la realidad, claro, tan extraña a quienes acaban abducidos tras sus recorridos por radios, teles, periódicos y las llamadas redes sociales.
Este país tan lamentable, acosado por el hambre, el paro y demás desgracias que dan vida a los que trabajan para cargarse nuestra forma de vida, resulta que no es como lo pintan. En el sondeo recién salido del CIS los españoles se manifiestan más felices que infelices, y no por los pelos: el 86% frente a un 13%, lo que revela que esto aún no está listo para la revolución.
Y es que yéndonos a la situación económica de cada cual también resulta que un 33,5% confiesa que es muy buena o buena, frente al 16,4% que se lamenta de ser mala o muy mala; en medio el 49,8% dice que regular. Y pensando en cómo les irá dentro de un año, el 19,9% piensa que mejor frente a un 7,2% de teme ir a peor.
El paro, primer problema nacional. Sumando quienes han perdido sus puestos con quienes buscan un primer empleo, en paro se declara el 17,6%. Y de los que tienen trabajo, el 78,6% tiene poco o ningún temor a perderlo.
¿De qué país hablan las noticias que nos aturden a todas horas por doquier?
De aurora boreal ha sido lo del precio de la luz. Como si un 58% de subida, en una hora punta, del coste del megavatio hora en el mercado mayorista se trasladara lineal y automáticamente al recibo doméstico de fin de mes. Como si el precio mayorista no pesara sólo el 35% aproximadamente en la factura al usuario. Y a más a más, como dice el Mas del banquillo, como si el 53% de los consumidores, 14 millones, no tuviera contratada una tarifa fija. En fin…
Y hablando de Mas, el del banquillo, qué decir de la gallardía con que afronta su situación, llegando al Tribunal arropado por sus deudos y una vez dentro refugiándose tras los llamados voluntarios en aquello del referéndum.
Los datos de cómo marcha su partido en el patio catalán son reveladores: tercera posición, superado por los podemitas de Colau, que le triplica y duplicado por los republicanos de Junqueras.
Este es el resultado de la desbocada carrera con que quiso tapar la metástasis de la corrupción del pujolismo y ha producido más monstruos que el sueño de la razón que diría Goya. La burguesía catalanista ha dejado de ser la gallina clueca, el pal de paller con que se ensoñaba en la Nación sin Estado que iluminaba su horizonte.
Su alma fenicia se trocó en trabucaire y el pactismo con que cosechó durante dos siglos y medio tan buenos réditos ha degenerado en intentona sediciosa, terreno abonado para sus históricos enemigos. Ya no es suya la Cataluña que rememora la Inquisición colgando el sambenito de persona non grata a los desafectos, como la anterior delegada del Gobierno en Cataluña o el actual portavoz popular en el parlament; no es suya pero ella es quien así la ha dejado.
La inhabilitación será la pena que el Tribunal Superior de Cataluña imponga al expresident Mas; corta pena para la autoridad que burló las Leyes aduciendo un respaldo popular del que sigue alardeando. Como si pudiera existir democracia al margen de la Ley.