Habría que terminar de una vez con la tabarra del nacionalismo catalán. Ya sabemos que los sentimientos no se borran a golpe de decreto pero por qué no abrir las escuelas catalanas a la libertad de pensamiento. Por qué no liberarlas del totalitarismo cultural que hace ya tres décadas comenzó a imponer Pujol, aquel gran sinvergüenza que la Justicia no se atreve a poner en su sitio.
Cataluña vive un extraño sistema, lejos de su entorno y ajeno al tiempo que vivimos. Sus ciudadanos no gozan de igualdad de derechos ni de libertad de pensamiento, anclajes ambos fundamentales para vivir en democracia. Y por si fuera poco, al margen de la Ley de la que parten sus instituciones. No tiene ningún sentido que el resto de la Nación siga tirando del carro y soportando las cargas de tan insólita situación.
La cuestión no es baladí. La región pesa demasiado en el conjunto español, cerca del veinte por ciento, como para despreciar el coste del proceso sedicioso impulsado, para más inri, desde la propia estructura del Estado, desde la Generalitat.
En los tres años que llevan sus mandamases ocupando salones y sillones del Palacio de la Plaza de San Jaime no han hecho otra cosa que pergeñar burlas a la Ley. Ni un debate sobre la situación económica de la Comunidad, ni sobre el empleo, ni sobre la educación, fomento de la cultura, seguridad, en fin, todas aquellas materias propias de cualquier gobierno.
¿Nada que decir por parte de la sociedad catalana, o es que el miedo tapa las bocas como lo hacía en la Unión Soviética o el III Reich?
¿Y qué decir del resto de España? Comenzando por el templo de la soberanía nacional. En el Congreso pueden entrar cosas tan pintorescas como la última ocurrencia socialista de hacer extensivo a todo el territorio nacional el uso de las lenguas particulares, como el catalán que habla la diputada Maritxell Batet, sección sanchista. “Nuestra propuesta fomenta la cultura federal”, manifestó Batet, que pese a ser miembro del PSC no debe ver problema alguno en la marcha de su comunidad de origen.
La extremada prudencia ejercida por el Gobierno Rajoy ha cumplido el propósito de no exacerbar el chapoteo de los sediciosos; bien puede haber estado. Pero o se deseca la charca sacando a la luz las historias inventadas por la antigua burguesía arancelaria, o los detritus emocionales se extenderán por todo el país. Habrán de hacerlo con tanto cuidado como prontitud, conscientes de la verdad que encierra aquella sentencia de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón ignora”.