En el presídium de Podemos Iglesias es su factótum; como corresponde. En la marcha por la revolución no cabe el pluralismo.
Jugar a la disidencia siempre tuvo un mismo final: la purga para cortar de raíz el temido fraccionalismo. En los soviets y fuera de ellos también; sin ir más lejos el PCE de Carrillo expulsó a dos miembros de su Comité Ejecutivo, Claudín y Semprún, mediados los años 60. Pasionaria sentenció: “son intelectuales con cabeza de chorlito”.
Aquel episodio suscitó debates internos que hoy podrían ilustrar sobre lo que pasa en Podemos. A la pregunta de otro miembro del Comité –“¿Habrían realizado los bolcheviques su gran revolución en Rusia si hubieran estado atentos a las estadísticas de la producción o a los índices de su desarrollo?- Jorge Semprún replicó tirando de ironía: “O sea que para transformar la realidad capitalista, mejor no conocerla; para hacer la revolución, mejor no saber de qué se trata”.
Volviendo al día de hoy, ¿cuál ha sido el pecado de Errejón? Defender el posibilismo político frente a la radicalidad callejera.
El ex becario fraudulento de la Universidad de Málaga tuvo la osadía de plantear una estrategia nueva para alcanzar el mismo objetivo que persigue el movimiento del que era secretario político y de estrategia, además de portavoz parlamentario. En pocas palabras: aprovechar la presencia en las instituciones para alcanzar el poder, porque de la calle poco vamos a sacar.
El doble fracaso vivido el pasado año al hacer imposible el acuerdo con Sánchez para estar en el Gobierno, tanto da dentro como debajo soportándolo, fue para Errejón la prueba de lo estéril de la posición adoptada por Iglesias.
Ya desde hace más de un año, Errejón era visto con simpatía por una parte del socialismo; un posible compañero de viaje facilitador del desalojo de los populares del poder, y quizá más consciente que Iglesias del techo de su proyecto. En esto se equivocaban los sanchistas porque tanto uno como otro persiguen un mismo fin: el sobrepaso de los socialistas.
Pero la victoria de Iglesias y consiguiente purga fáctica de Errejón tiene cortas las patas, como las mentiras. Podemos podrá convertir las calles en escenarios del vandalismo que todo agitador porta en su alforja, pero quedará asilado en el juego ordinario del resto de las fuerzas políticas.
Las amenazas de la paz turbada desde la extrema izquierda propiciarán el respaldo que Susana Díaz necesita para reasentar al PSOE sobre los principios básicos del partido de gobierno que precisa la izquierda actual. Y en paralelo, el centro derecha español reforzará su adhesión al gobierno de Mariano Rajoy como garante de la seguridad.
En este proceso de normalización y estabilidad podría actuar como catalizador la sedición catalana, el otro frente conflictual. Si los responsables políticos y sociales de la Nación siguen el cartesiano principio de hacer de la necesidad virtud, la Asamblea de Vistalegre habrá resultado altamente positiva para la gran mayoría de los españoles.