Es una definición de la política que iluminó el primer discurso presidencial de Trump: nacionalpopulismo. No caben demasiados análisis porque no hay nada que analizar cuando nada sustancial se expone. El flamante presidente estadounidense se limitó a dar un mitin más, como si la campaña electoral siguiera abierta. Nada nuevo, apelaciones a los peores instintos de una ciudadanía escindida tras la ruda confrontación entre el populista millonario y la millonaria establecida. El pueblo, vosotros conmigo al frente, contra el establishment, ellos, los que gobiernan.
Lamentable como apertura de una presidencia, institución que se debe a todos, washingtonianos incluidos. El empresario que ha sorprendido al mundo al llegar hasta donde hoy está, se sorprenderá a su vez cuando perciba que los eslóganes no bastan para gobernar.
Por el momento no hay más programa que contraprogramar a Obama. Pero ni el populismo saca a los pobres de pobres, axioma histórico, ni el nacionalismo paga dividendos más allá de los primeros ejercicios.
En la tribuna del Capitolio apareció el peor Trump de los posibles. El futuro podría depararnos sorpresas al respecto, pero de momento el personaje figura en la nómina de los vulgares agitadores; nada muy diferente, salvo sus invocaciones al sumo hacedor, de nuestro Iglesias Turrión. Pero ¡ay! aquel gobierna algo más serio e influyente en el mundo que el ayuntamiento de Cádiz, Barcelona e incluso Madrid.
Trump echó las culpas de los males de su país a la globalización y a las élites –la casta, en lenguaje podemita-. Y de ahí el corolario: “América primero”, idea que nada tiene que ver con aquel “América para los americanos” que simbolizó la llamada doctrina Monroe.
Aquel presidente, investido hace dos siglos justamente, 1817, quiso advertir a los Estados europeos de que la Federación no toleraría colonias en todo el continente americano. Pero Europa siguió tomando posiciones aquí y allá y nada pasó, porque las amenazas son tan fáciles de emitir como difíciles de ejecutar.
Y ahora pasará más de lo mismo: ¿aranceles a los aparatos de Apple, a los palos de golf Taylor Made, o las camisas de Brooks Brothers y a los frigoríficos Whirlpool fabricados en China, o a los Ford mexicanos? Ya…
Para que en el primer fin de semana de su lanzamiento se vendieran diez millones del IPhone 6, por ejemplo, Apple da trabajo a 260.000 chinos en China. ¿Dará China la callada por respuesta o tiene algún medio de retorsión, como los bonos del tesoro americano? De los accionistas de la compañía norteamericana no hablemos, pertenecen a “la casta”.
El asunto da para mucho más; seguiremos hablando del nacionalpopulismo…