Lo que está pasando en los Estados Unidos demuestra que la democracia no es asignatura que se aprenda en cuestión de días, ni décadas siquiera, y mucho menos en las facultades de ciencias políticas.
Más de dos siglos y cuarto han sido precisos para que, tras una campaña plagada de insultos y mutuos desprecio a cara de perro, Barack Obama y Donald Trump estrecharan sus manos en la Casa Blanca después de noventa minutos de conversación sobre los asuntos, “agradables o dificultosos”, que esperan la atención de la presidencia. El presidente la calificó de “amigable” y el sucesor, de “excelente”.
Hasta hace una semana habían mostrado en público sus peores instintos; ayer Trump dijo que esperaba contar con el consejo del presidente saliente, a quien calificó como muy buen hombre por el que siente un gran respeto, y éste expresó su satisfacción porque el presidente electo hubiera mostrado interés en trabajar con su equipo. Y es que “si usted tiene éxito, el país tiene éxito”, rubricó Obama.
Ahí está el secreto de la democracia: “No somos demócratas antes que nada. No somos republicanos antes que nada. Somos americanos antes que nada. Todos queremos lo mejor para este país”. De ahí sale el dialogo, quizá el entendimiento y ojalá la concertación de intereses y objetivos que hacen de la democracia el mejor de los sistemas de gobierno inventados por el hombre.
Qué lejos estamos aquí de todo ello. El “no es no” refleja la falta de conciencia democrática, de valores ciudadanos como la solidaridad. El espectáculo ofrecido por buena parte de los llamados líderes políticos a nuestros propios ciudadanos y al mundo entero ha dilapidado buena parte del crédito político acumulado por nuestra ejemplar demolición de la dictadura.
Y la torpeza mostrada por fuerzas presuntamente democráticas, constitucionalistas, se agrava por la presencia del populismo marxistoide y nacionalistas secesionistas, empeñados en volar el sistema de la democracia representativa en que vive el mundo civilizado.
Se equivocan algunos, como Susana Díaz, comparando a Podemos con Trump. El americano es un outsider del tejido político-financiero que confió su defensa en Hillary Clinton. Iglesias, Echenique, Monedero o Errejón son eruditos a la violeta metidos a revolucionarios de salón o calle, según, que juegan con los sentimientos de frustración presentes en una parte de nuestra sociedad.
En eso coinciden, en el uso de la demagogia y la explotación de las redes sociales para acarrear votos: en los medios. Pero sus fines no pueden ser más opuestos, como hoy fue puesto de manifiesto en Washington. Ese es el auténtico “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” de que Abraham Lincoln habló en Gettysburg deseando que jamás perezca sobre la Tierra.
De acuerdo, y la democracia requiere elegir personas una a una como hacen en USA, no con listas como con el sistema de partidos de aquí.