Rajoy devolvió ayer la política al parlamento, ojalá dure. Después de su anterior mayoría absoluta reconocer que “necesitamos un gobierno basado en acuerdos porque así lo exigen los resultados electorales” es el primer paso para albergar la esperanza de que el dialogo y sus consecuencias puedan destierrar la imposición del “porque yo lo digo” que durante tantos años ha marcado la vida política española.
La nacional, la regional y la municipal; con mayorías absolutas o sin ellas; conservadores, socialistas, nacionalistas y mediopensionistas, todos, han demostrado las raíces comunes de su españolísimo modo de mandar en cuanto alcanzaron alguna parcela de poder.
Difícil empresa la de abrir cauces para conciliar criterios sobre las tres o cuatro materias que realmente importan mientras la política se escriba con minúsculas y a lápiz, preocupados por el qué dirán, yo con estos ni a heredar, etc.
Para marcar distancias siempre quedan muchas más cuestiones. El temor que ayer se advertía en los primeros comentarios de los partidos llamados al diálogo no tiene más sentido que el que la incapacidad de cada cual quiera conceder.
Nadie seguro de su propia estima puede dar pábulo a la demagogia de ese erudito a la violeta con coleta que hablaba de la triple alianza y bobadas similares para referirse a populares, ciudadanos y a la abstención socialista que permite salir a todo el país del bloqueo institucional. A partir de ahora la oposición somos nosotros, sentenciaba con la misma frivolidad con que hace once meses se arrogó la vicepresidencia de un Gobierno con Sánchez y la jefatura de los servicios de inteligencia nacionales.
Difícil tarea pero no sería ésta la primera experiencia de ese “gobierno basado en acuerdos” que ayer pedía Rajoy. De hecho no es cierto que este fuera: “un modelo inédito aún en España pero similar al que gobiernan en las instituciones europeas y otros países de nuestro entorno”, como acto seguido comentó.
Sí inédito en los últimos cuarenta y tres años de nuestra democracia, pero sólo con ese tipo de gobierno, concertador, conformador de consensos, fue como se construyó la Transición a partir de 1976. Y sólo así podrán restaurarse los principios vertebradores de la convivencia nacional. Algo que va más allá de los Presupuestos del Estado, la reválida estudiantil y otras cuestiones más perentorias que esenciales, como hoy lo es la salvaguardia de la democracia: el respeto a la ley.
Cuando las leyes no se respetan la democracia degenera y la demagogia prevalece sobre el interés común. En esas estamos, y como la cuestión no es baladí es tiempo de tomarse las responsabilidades en serio; cada cual la suya y desde su propia posición. Rajoy concluyo ayer su presentación de intenciones con una muestra de buen sentido: “Mi grupo, mi partido y yo mismo estamos todos dispuestos a soportar los sacrificios necesarios. No sé si es lo que más nos conviene como grupo o lo que más nos perjudica. No me interesan estas cuestiones. Si hemos de pagar un precio, por ninguna causa lo haremos con mayor orgullo que por el bien de España”.
Así se escribe la Política con mayúsculas. Ahora corresponde hacerla.