Al PSOE le ocurre en Cataluña lo que a Ciudadanos en Galicia, que no existe. El PSC es ahora otra franquicia nacionalista que va perdiendo apoyos en la medida que se separa del tronco socialista nacional, o sea español.
El partido socialista que salga restaurado de su actual ensimismamiento habrá de plantearse seriamente su implantación en Cataluña olvidándose del PSC.
El problema viene de lejos; en el proceso de conformación de los partidos que protagonizaron el proceso constituyente había dos socialismos catalanes, o tres incluso. Cada cual con sus respectivos dirigentes y matices. Además de la Federación catalana del PSOE que lideraba Triginer, y tenía su base principal en la UGT, coexistían el Partit Socialista de Catalunya- Congrés y el Partit Socialista de Catalunya- Reagrupament.
El segundo, más imbricado en la burguesía barcelonesa, estaba liderado por Raventós. Y el tercero, Reagrupament, socialdemócrata y con cierta presencia en el campo, tenía un líder claro, Pallach. Su temprana muerte frustró su futuro.
En las elecciones primeras, junio 1977, los del PSOE y Congrés se presentaron en una misma lista, mientras que los del Reagrupament fueron del brazo de CDC.
Los tres decidieron disolverse de aquella manera un año después en el llamado Congreso de la Unidad del que salió el PSC-PSOE, cuya autoproclamación como partido marxista, obrero y muchas cosas más se tragaron Raventós, Serra y Maragall como una copa de cava.
En la legislatura constituyente los socialistas catalanes tuvieron su propio grupo parlamentario, coordinado con el PSOE nacional de González y Guerra. Mientras se mantuvo vigente el espíritu que impulsó a la inmensa mayoría de las fuerzas políticas a anteponer todo a la conquista de las libertades no hubo mayores problemas en las filas socialistas.
Pero la pérdida del poder autonómico y municipal a manos de los convergentes de Pujol, y la del gobierno central tras las victorias del PP de Aznar, empujaron a los dirigentes catalanes a buscarse la vida por su cuenta y en 2003 sellaron su alianza con Esquerra y los verdes de IU en el Pacto del Tinell. Gracias a los nacionalistas de izquierda Maragall se sentó en el trono de Pujol. Y a partir de ahí se sucedieron las desgracias.
Aquella alianza marcó la apertura de una deriva extraña para un partido nacional y constitucionalista como el PSOE lo es desde sus raíces. En el Tinell, por ejemplo, pactaron la segregación política de los populares, cuyo último reflejo ha sido el NO es NO del último Secretario General del PSOE. Y poco antes, el último presidente socialista del Gobierno nacional había puesto en manos nacionalistas la renovación del Estatut.
Los dislates surgidos de la doble alma del PSC han tenido demasiado peso en el PSOE nacional conducido por Zapatero y Sánchez sucesivamente. Y por los últimos datos, no parece que el partido de Iceta y Tardón vaya a replantearse el extraño papel que viene jugando dentro del estrecho marco definido por los nacionalistas.
En esas circunstancias un partido socialista reconstituido ni puede perder el peso que Cataluña le aportó en otro tiempo, ni tampoco abandonar en manos de sus actuales federados, nacionalistas con mala conciencia, la defensa de los intereses de las corrientes socialdemócratas y sindicalistas presentes en toda España.
Puente de plata, pues, a quienes siguen empeñados en desaparecer del mapa político víctimas de no se sabe qué sólidos principios más allá de la manida consulta a las bases…