Rivera no sabe qué hacer, qué decir, ni cuándo rendirse a los dictados de la realidad. A doce horas de su cita con Rajoy para hablar de su capacidad de entendimiento mutuo ante la formación de un nuevo Gobierno no se le ocurre mejor cosa que insistir en si Rajoy va a presentarse al debate de investidura. Hay que estar aquejado de mal de altura para salir por ese registro.
Desde su incorporación a la política nacional no ha dado una sola muestra de responsabilidad social; todo son chascarrillos, melindres y un perfilarse ante las cámaras con intuición similar a la que la manchega Sara Montiel exhibió tras su paso por Hollywood.
El Ciudadano en jefe no encuentra mejor forma de sacudirse su complejo derechista que mostrándose “muy preocupado” por la “falta de responsabilidad de PP y PSOE”. Y ahí se las den todas. Si los dos grandes no se ponen de acuerdo, a mí que me registren, viene a reiterar desde el 26-J.
“Ninguno de los dos ha estado a la altura de las circunstancias”. Y solemnemente, desde la autoridad de su partido “que se ha mojado y va a seguir haciéndolo”, apela a que los dos no pongan en peligro la estabilidad democrática, rectifiquen y trabajen para poner en marcha el país y que la investidura pueda celebrarse en agosto.
¿Su contribución? Definitiva: se ofrece a “engrasar” las relaciones entre socialistas y populares. Pero para ello no se le ocurre mejor cosa que ponerlos en la picota; a Rajoy porque no aclara si se presenta a la investidura, y a Sánchez por no escuchar al sentido común, ni siquiera a Felipe González pidiéndole la abstención para que gobierne el PP.
“Que pida lo que crea conveniente pero que no bloquee este país”, le espeta como si él mismo hubiera aclarado qué pone de su parte para el desbloqueo. “No puede pagar con la misma moneda y la misma medicina de quienes bloquearon este país. En la vida uno tiene que aceptar la realidad”.
Insólito personaje, presa de los saltos en el vacío dados durante los cuatro primeros meses del año al son que le marcó el socialista. Hoy no sabe cómo recuperar la dignidad perdida en aquella pantomima de investidura.
Aceptar la realidad, como pide a Sánchez, significa en su caso reconocer que en democracia los juicios políticos se solventan en las urnas; que las urnas minusvaloraron sus méritos a la par que premiaban con más votos y escaños al presidente de los populares que él estigmatizó como Himmler a los judíos del holocausto, y que su compromiso en un nuevo gobierno de centro derecha bastaría para romper el bloqueo que tanto dice preocuparle.
¿Cómo dar ahora el sí a la realidad?