Mandándole el recado al Rey para que intervenga en la formación de Gobierno el diputado Rivera se ha superado a sí mismo. Desde su aparición en el escenario nacional, naturalmente más complejo y exigente que el catalán de su nacencia, ha dado sobradas pruebas de la vacuidad real de su pensamiento.
La de ahora es doblemente sorprendente, habida cuenta de su título de licenciado en Derecho y su posgrado en Derecho Constitucional. Los profesores Carreras y Ovejero que lo ilustraron antes de promover C’s debieron de dar por supuesto que el joven alumno sabría distinguir los sistemas parlamentarios de los presidenciales. ¡Error!
Al parecer llegó a sentarse en el Congreso durante los seis meses que fungió como diputado en la legislatura anterior, tan breve como estéril, sin haberse leído la Constitución. No basta con haber oído cientos de veces que el Jefe del Estado arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, hay que saber cómo.
La carta fundacional de nuestro sistema nada más comenzar define que la soberanía nacional reside en el pueblo español del que dependen todos los poderes del Estado, cuya forma política es la Monarquía parlamentaria. Más adelante concreta que el pueblo español está representado por las Cortes Generales, y antes de llegar al artículo cien expresa que el Rey, a través del Presidente del Congreso es el encargado de proponer un candidato a la Presidencia del Gobierno.
También dice la Constitución que los responsables de sus actos son las personas que los refrenden.
Pero nuestro hombre no repara en tanta minucia; ni tampoco en el sentido que estas cautelas tienen. El ministro Margallo lo ha resumido divinamente: la Constitución prohíbe al Rey borbonear. Sabia cautela para cortar de raíz los males que achacaron al país durante el reinado de su bisabuelo en el primer tercio del pasado siglo, o de sus ante tatarabuelos en el siglo anterior.
Además de ignorar la Constitución que ha prometido defender, ¿tampoco sabrá nada de nuestra Historia contemporánea?
No es baladí el asunto, y harían bien los Ciudadanos sentados en el Congreso, comenzando por su secretario Gutiérrez, en instruirse antes de decir simplezas como que las palabras del ministro no ponen a la Corona en el nivel en que tiene que estar. ¡Hombre de Dios! Los únicos niveles en el que el Monarca no puede estar son el de activista político o el de amable contertulio. Es un árbitro, sólo y nada más que un árbitro. Y los árbitros no juegan.
Claro que habiendo lanzado el mensaje de que le va a decir al Rey –que nos ayude a convencer al PSOE y al PP de que dejen de darse la espalda. Que convenza al señor Sánchez de que tendrá que abstenerse para que esto se ponga en marcha porque si no iremos a otras elecciones, y al señor Rajoy de que las presidencias no te caen del cielo, que hay que ir a buscarlas, negociar, proponer– ya no tiene que decirle nada más.
No es una habilidad, aunque pudiera parecerlo, hablar al Rey a través de los periódicos; es una insensatez que, ante el público, hunde al Rey en la política menuda en que nos han metido estos personajes llegados hasta donde están sin la instrucción precisa. Como dijo la actual Presidenta del Congreso, a la política hay que llegar aprendidos, esto no es un experimento. O aquello de que aquí no se viene a hacer prácticas, hay que llegar estudiado, que Rajoy espetó a Iglesias en el último debate electoral.
¿Por qué no un examen previo, una reválida, para cerciorarnos de con quién vamos a jugarnos los cuartos? Porque ya está visto que los filtros internos de los partidos no bastan; ahí están los casos de Zapatero y Sánchez, por ejemplo. Y sus consecuencias.
Lástima que el buen hacer de Rivera en el parlamento catalán no dé para ejercer del mismo modo en el nacional. Allí levantó una voz para expresar frente al nacionalismo totalizador lo que por fas o nefas nadie hacía. Aquí va de uno a otro lado con el complejo de no ser confundido con nadie. La táctica de jugar apostando siempre por el beneficio de su partido le costó votos y diputados en los primeros seis meses del año.
Votar hace unos meses la investidura socialista y ahora proclamar su abstención frente a la de los populares es una incongruencia impropia de un partido con varias decenas de diputados. Y en política la incoherencia no paga dividendos.
Hay que llegar aprendidos…