Ver y escuchar, medio minuto es demasiado, a Iglesias resulta desolador. Por mucho que se esfuerce en poner cara de carnero degollado el espectador no puede quitarse en encima aquello de que aunque la mona se vista de seda mona se queda. Qué espanto pensar que hay, dicen, más de cinco millones de españoles dispuestos a votarle…
El maniquí que aparece en las pantallas es aún más cursi que el firmante de pretendidos sesudos artículos en la prensa escrita. Hace una semana dio toda una lección de cómo hacerse pasar por científico político y, naturalmente, lo que le salió fue el mejor retrato de un erudito a la violeta.
Lo suyo, donde se hizo fuerte, fue la primavera de los indignados, aquel el 15-M a cuya cabecera se puso siguiendo el manual del caudillo bolivariano que acababa de elaborar Monedero, su Sancho. Y con el dinero iraní multiplicó su imagen a través de un programa televisivo a caballo entre el telepredicador yanqui y el opresor venezolano.
La meliflua perorata sobre la socialdemocracia que levanta ante el 26-J como bandera de enganche para ingenuos resulta estomagante. Debe de pensar que con ello pone la bandeja para recoger los frutos de la campaña que Sánchez le hace a diario. Y que su pacto con los de las banderas rojas le blinda el flanco comunista que, visto lo que su socio dice, podría estar preguntándose en dónde les ha metido Garzón.
En el medio minuto que le atendí tuve ocasión de oírle que claro que hace falta consenso para reformar la constitución pero que también la misma constitución contiene un mecanismo para aplicar al caso, el referéndum. O sea, sugiriendo que si los representantes políticos no se ponen de acuerdo, directamente a la calle. Lo de la mona. Disfrazada de legal, pero dejando la puerta abierta para saltarse la legalidad en cuanto haga falta… La llamada democracia popular, y Maduro impidiendo un referéndum en Venezuela. ¿Dónde estamos los nuestros?
Si como parece el sobrepaso está cantado, los socialistas deberían poner especial atención en no aventurar bobadas, como la que ayer protagonizaba Sánchez anunciando, con Díaz a su vera, o viceversa, que las bases dictarán los pactos postelectorales. ¿La dirigencia socialista no tiene criterio propio, no se atreve a imponerlo, para qué está nombrada? Mal principio para la democracia representativa.
Lo más increíble, es que por fas o por nefas, está polarizando la campaña y prácticamente excluyendo a todos los demás.
Puede que fatalmente los países tengan los gobernantes que se merecen.