Pablo Iglesias es de los más listos de la clase. Se traga sin mayores ascos el comunismo residual, con lo que engorda su perímetro; el programa de mínimos pactado con Garzón hace más difícil aún la posibilidad de una coalición con los socialistas; abre la posibilidad de reducir a éstos el 26J a una tercera posición; rebaña escaños populares gracias al reparto con que son atribuidos por la ley D’Hont. En fin, deja el panorama político nacional hecho cisco, cumpliendo así la primera fase de su gran objetivo nacional.
De momento nadie parece haber sacado consecuencias de la lección. Toma el pelo a Sánchez ofreciéndole listas conjuntas para el Senado con el fin de quitar a los populares la mayoría que impide cualquier reforma trascendente. Y el socialista, naturalmente, pone pies en pared que enseguida le bajan sus conmilitones valencianos, dispuestos a ir del brazo con quien sea con tal de mantener el gobierno de aquellas tierras.
Los ciudadanos dicen alegrarse de que al fin el de la coleta se despoje de la careta reformista que tenía engatusado a su socio y candidato Sánchez. ¿Algo más? Pues no, que siguen sin querer nada con Rajoy.
La tragedia de los de Rivera, tan bravos en Madrid como mansos en Sevilla, es que su objetivo estratégico es ocupar las estancias de los populares, y punto; una nueva forma de corromper la política. Lástima que lo que nació en Barcelona bajo una bandera compartida por una gran mayoría de españoles haya reducido el regeneracionismo a un quítate de ahí para ponerme yo.
Los populares siguen en lo suyo, sacando lustre a la leyenda de sus armas: más vale malo conocido que bueno por conocer. Se alimentan del sentido común escarmentado de aventuras y botarates que tan caros resultaron en el pasado, y de los recién llegados que ya prometen superar aquello. Sus votantes tienen mucho de resistentes, y mérito a raudales; cortos de ilusiones y parcos de propuestas, pero ahí siguen; apostando por quien les aburre, y cobrándose en seguridad.
De la capacidad para mantenerse firmes de éstos, y de la de otros muchos para, viendo más allá de lo que las imágenes dictan, comprender lo que el país realmente se juega depende el futuro de los próximos dos o tres años; marchar hacia delante o volver a las peores andadas de nuestra Historia.
El pacto de los comunistas renovados con los históricos ofrece demasiada luz como para seguir discutiendo sobre el sexo de los ángeles. O de las posibilidades de Sánchez de llegar a la Moncloa, que prácticamente es lo mismo.