Los cimientos de la convivencia nacional se cuartearon desde que el último presidente socialista pasó por la Moncloa. Aquel Rodríguez Zapatero, estos días agasajado por Maduro en Venezuela, reabrió el sepulcro del guerracivilismo que la Transición dejó bajo siete llaves cerrado.
Y la sociedad española, admirada por cómo pasó de la dictadura a la democracia, se vio al cabo de tres décadas sumida en el tercermundismo de las revoluciones pendientes, como la bolivariana, la de los nacionalismos irredentos que amenazan la igualdad y derechos de los españoles, o lo fue en el pasado siglo la falangista; tan distintas todas ellas entre sí pero menos distantes de lo que pudiera parecer.
Las hostilidades electorales que nos amenazan no dejan de ser peleas callejeras; a la postre sus protagonistas respiran el mismo oxígeno de la libertad que ha venido garantizando la Constitución. Pero suceden hechos que hacen clamar al cielo, como el paseo, seis horas, de un terrorista impenitente por un parlamento español amparado por la presidenta Forcadell.
Otegui confesó sentir envidia del secesionismo catalán y pidió a sus protagonistas que el futuro Estado catalán abra su primera embajada en el del País Vasco, para empezar juntos la construcción de Europa. Rodeado de lo mejor de la sociedad catalana, incluido un cantautor, el vasco anunció un frente común para “descoser las costuras del Estado”. En él cuentan ya con el concurso de Podemos y por ende de los comunistas recientemente absorbidos, tan internacionalistas ellos hasta que se les vino abajo el Muro.
Para este personaje los derechos humanos se reducen a dos: lo nuestro es mío y los terroristas a la calle. Mentalidad de difícil encaje en las coordenadas que definen en sano juicio de cualquier demócrata, cualquier defensor de los derechos humanos, de todos; los contenidos en los 30 artículos de la Declaración Universal aprobada por Naciones Unidas hace setenta años.
Pero para campeón de los derechos humanos el presidente de la república venezolana que amordaza, gasea, golpea y encarcela a quien ose pedir agua, pan, aspirinas o papel higiénico. Y no digamos si, además, reclama que se cumplan las leyes, que se respete al parlamento y la dignidad de las personas.
La lucha por la libertad en Venezuela debería ser secundada por las instituciones de todo el mundo libre. El taimado déspota se inventa chivos expiatorios con la desfachatez propia de todos los dictadores que en el mundo han sido; la masonería y el comunismo en la España de la posguerra, los judíos durante el nazismo, los revisionistas para el estalinismo o los cristianos que hoy mata la yihad han cumplido ese papel sin demasiados impedimentos por parte de las democracias, siempre prestas a mirar por sus propios intereses cortoplacistas.
Abraham Lincoln dejó escrito: “Pecar por estar en silencio cuando deben protestar, hace cobardes a los hombres”.
El silencio de los corderos llega hoy hasta aquí. Ahí siguen los podemitas mirando para otro lado ante los crímenes de su agradecido padrino venezolano. A Monedero, Iglesias y compañía se les fue la mano alimentando doctrinalmente el monstruo bolivariano. Lo más que se le ocurre decir a su actual número dos, Echenique, es que Maduro está haciendo lo mismo que Rajoy, hablar de otro país para no hablar del suyo.
Después de tal audacia confesó en Radio Nacional que está «muy preocupado por la situación en Venezuela, pero también preocupado por Brasil”. Comprensible inquietud cuando el mundo que soñaron para el continente suramericano amenaza ruina tras el cambio en Argentina, Paraguay, Brasil… mientras Cuba va a lo suyo y comienza a mirar hacia otro lado.
“Comprométete con la noble lucha por los derechos humanos. Harás una mejor persona de ti mismo, una gran nación de tu país y un mejor mundo para vivir”. Lo dijo aquel hombre que tuvo un sueño, Martin Luther King.