Puestos a romper amarras, los catalanes separatistas que matan el tiempo elaborando la constitución de una “república ciudadana y participativa” erradican el español como lengua oficial, consideración que guardan para el catalán y el aranés, y ésta en los términos que disponga la ley. Con un par. Ni Guinea Ecuatorial llegó a tanto cuando en pleno franquismo, 1968, le fue concedida su independencia. La burguesía del Liceu y del Palau del latrocinio convergente asiste silente.
Los mandamases de aquella región tienen infinita capacidad para hacer mangas y capirotes con la realidad que les da de comer, atiende el pago de sus farmacias, etc. Las instituciones estatales asisten estupefactas a su propia deconstrucción y al levantamiento de nuevas estructuras sobre participaciones ciudadanas, foros, asambleas y demás monsergas provincianas.
La insigne Forcadell que preside el tinglado de la farsa legislativa ha recibido el borrador constitucional de ese futuro “Estado libre, soberano, democrático, social, ecológico y de derechos”, que tendría forma de república presidencialista y cuya riqueza, toda, “está subordinada al interés general”, en el marco de una “economía social y comunitaria”. La burguesía de toda la vida transita silente por el Paseo de Gracia como si la cosa no fuera con ella. Visto lo del clan Pujol, los demás quizá ya tengan todo a buen recaudo.
Mientras el resto del país se ajusta el cinturón, porque entre la incertidumbre del 26J y los reclamos de la UE muchos temen que hayan de venir tiempos peores, los irresponsables responsables políticos de aquellas tierras juegan a frustrar los sueños de sus conciudadanos menos avispados que ellos mismos alimentan.
Malo, pero aún peor resulta la carencia de una puesta en común de las fuerzas sociales y políticas del conjunto de la Nación. Parece como que a lo que resta del constitucionalismo español no le bastara con que, además del juego de los felones, la nueva conjunción comunista dé pábulo al secesionismo en su primera declaración de principios.
Es lo que tiene esta «nueva política» hecha a golpe de ruedas de prensa y en un marco de permanente campaña electoral. Así no se llega a ninguna parte. El dialogo no cabe en la diatriba, el entendimiento requiere comprensión y tiempo de maduración; ese es el camino para alcanzar metas relevantes. Lo demás es oropel.
En cuanto la mayoría que quiere vivir mejor, libre y en paz se plantara frente a tanta sandez el secesionismo se desvanecería como fuego fatuo. Cuanto menos por unas cuantas décadas, las necesarias para consolidar la auténtica federación europea que sepultará finalmente este ridículo histórico.