Aquí no hay segundas vueltas. El afán nacional por mimetizarse con los de más allá conduce a expresiones absurdas. ¿Segunda vuelta como en la mayoría de las repúblicas presidencialistas? No. Aquí nadie se baja del ring, la mayoría sigue braceando como si el activismo fuera virtud política. Aquí nadie delega sus votos en favor del mejor colocado, o del peor con la esperanza de darle vuelta a las cosas.
Aquí cada cual sigue en sus trece, que no en vano es éste el país de aquel papa de Peñíscola, o de lo de Numancia y de tantos “no nos moverán” a lo largo de la Historia. De balotaje, poco
Más que de una segunda vuelta, lo que está por llegar es la revuelta. Qué tipo de revuelta es la cuestión pendiente. Para la RAE la palabra, un tanto polisémica, tanto define alboroto o alteración, como cambio de dirección de algo, o mudanza de un parecer a otro.
La partitocracia se tiene merecido el alboroto ciudadano dada su inoperancia real a la hora de resolver una ecuación tan sencilla como la de formar una mayoría de gobierno. No tiene perdón haber tirado por la borda seis meses, seis, cuando la nave va a merced de la borrasca que no cesa. Pero la ciudadanía, o sea nosotros, es pastueña. Sin excepciones, que ahí están los podemitas, tan indignados otrora como hoy silentes al acecho de presas mayores.
Que traspasado el 26 de junio todo vaya a seguir igual está por ver. Lo visto en este trimestre fallido suministra suficientes elementos de juicio, a todos, como para afinar mejor las decisiones. Entre los agentes políticos habrá quienes borren o repinten sus líneas rojas, otros quizá se despojen de complejos, e incluso alguno podría llegar hasta articular alguna propuesta con sentido y capaz de motivar adhesiones.
Los ciudadanos, por su parte, burlados por tanto enredo en el estúpido vodevil “Por el poder yo mato”, ¿por qué no van a demostrar que tienen mayor capacidad de discernimiento de la les atribuye la troupe política que les ha aburrido con tanto paripé?
Sánchez, con el PSOE que lo mantiene, se ha revelado como un pésimo estudiante incapaz de superar el concurso oposición a la Presidencia del Gobierno. Ni siquiera ojeó los temas que tenía más a mano, los que podrían haberle garantizado el pase a la segunda prueba; se enzarzó en una parte del temario que no le llevaba a ninguna parte, para al final terminar de los nervios buscando enchufes poco recomendables.
Consiguió contaminar a su socio de ocasión, el joven Rivera, obligado al esquizofrénico juego de conseguir el apoyo pasivo de los populares a base de atizarles como a una estera. Sus melifluas llamadas al entendimiento no traspasaban el celofán del empaquetado de una imagen; todo por la imagen.
Los leninistas se comerán a la llamada IU con que los comunistas trataron de ensancharse, pero Iglesias acabará víctima de su propio diseño. La gente de hoy está más curada de espantos que el pueblo con que Lenin hizo su régimen. Las mareas, compromisos y demás colectivos trufados de nacionalismos de diverso porte acabarán estallándole entre las manos como a Maduro una Venezuela harta de marcar el paso. ¿Sorpasso? De momento se ofrece al socialista para formar gobierno; es su forma de matar.
Y más allá del bien y del mal pero sobre las ascuas de la corrupción que no cesa, Rajoy y los populares. Junto a la virtud de no hacernos perder el tiempo jugando a la investidura imposible, pecha con el pecado de no haber intentado seriamente anular la línea roja con que el comité federal socialista cerró a su candidato la posibilidad de la gran coalición. ¿Era realmente imposible, removió Roma con Santiago para romper ese cerco? En cualquier caso, es lo menos malo de lo conocido.