El portavoz socialista en el Congreso no es Catilina, ciertamente, pero se repite tanto y tan falazmente que trae a la memoria aquel comienzo de la primera Catilinaria de Cicerón: “¿Hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia, Catilina? ¿Cuánto tiempo seguirá burlándonos ese furor tuyo? ¿Hasta dónde se agitará tu audacia sin freno?”.
Lo de Hernando es menos grave; no es un conspirador, pero sí tan pesado como aquel romano del siglo I antes de Cristo. Y es para echarse a temblar ver en el calendario que quedan más de dos semanas para llegar al fin del recreo legislativo, y luego casi dos meses más hasta el 26 de Junio. Y donde se lee Hernando pongan el nombre que más les venga sonando estos días.
Durante este tiempo asistiremos al bonito espectáculo de ver cómo los responsables de este sin dios, como los navarros dicen, se ponen de perfil para descargar sobre otros las culpas de haber perdido tres meses, hasta ahora, y los que vienen por delante.
En esta nueva versión vodevilesca de la política española veremos resucitar los viejos trucos que tan poca fortuna hicieron en la anterior, pero es que en sus autores e intérpretes no entran nuevas variantes. Como si los populares se la hubieran ofrecido a Sánchez, ayer Hernando rechazó que su jefe pensara asumir una vicepresidencia en el gobierno de gran coalición del que Rajoy no se apea. Como lo de Iglesias, pero en sentido contrario.
En lugar de perder tiempo y el dinero de los contribuyentes en estupideces, como el reparto de sillas o las descalificaciones personales, ¿cabe alguna esperanza de que estas gentes hablen en serio sobre lo que conviene y no conviene hacer por el país?
Aquel último debate cara a cara del 14 de diciembre último marcó un terreno de juego que parece impracticable. No venían a cuento los insultos –usted no es decente– que ni siquiera le dieron réditos electorales. Malo es que Sánchez sacara el peor resultado de la historia del socialismo en beneficio de Podemos, pero aún es peor que aquel espectáculo barriobajero haya hecho imposible el encuentro posterior entre los dos grandes partidos nacionales.
Obligado a buscar una alterativa a su devolución a los corrales, urdió un pacto con el partido sin sombra con el que no sumaba lo que necesitaba pero sí hacía el paripé de que juntos sumaban más diputados que los populares. Rivera jugó gustoso el papel ancilar que le proporcionaba tanta visibilidad como lavaba la imagen derechista con que el mismo Sánchez motejaba durante la campaña a formación Ciudadana.
Poco cabe esperar de estos personajes, ocupados en alimentar su ambición por encima de la razón, incapaces de trascender de personalismos cuando pretenden hacer política nacional.
¿Hasta cuándo seguiremos viendo a la pareja dando vueltas a la noria sin que de sus canjilones salga una sola gota de agua?