Tal y como parece que están las cosas, el Jefe del Estado podría haber permanecido a la espera de que transcurriera el plazo de dos meses a partir de la primera votación de investidura, para convocar nuevas elecciones. En su mensaje navideño a la Nación dijo: “En un régimen constitucional y democrático de Monarquía Parlamentaria como el nuestro, las Cortes Generales, como depositarias de la soberanía nacional, son las titulares del poder de decisión sobre las cuestiones que conciernen y afectan al conjunto de los españoles: son la sede donde, tras el debate y el diálogo entre las fuerzas políticas, se deben abordar y decidir los asuntos esenciales de la vida nacional”.
Sobre uno de esos asuntos esenciales se pronunció el Congreso hace mes y medio para rechazar la pretensión del encargado por Felipe VI de formar Gobierno, el Secretario General del PSOE. La ambición de Sánchez fue superior a su capacidad para llevar a buen término la empresa en que se embarcó al ofrecerse al Rey como candidato a la investidura con tan sólo 90 escaños.
Con los cuarenta que Rivera le ofreció desde el primer momento no llegaba al banco azul; la extrema izquierda le tomó las medidas, además del pelo, para terminar rechazando sus súplicas. Y así concluyó su viaje a ninguna parte. De momento.
En el ángulo oscuro del salón, como el arpa olvidada de la rima de Becquer, permanecía silente Rajoy a la espera del fracaso de la aventura. El titular de la primera minoría de la Cámara fue vejado durante tres meses y medio como si de un apestado se tratara. Y, sin embargo, su concurso es indispensable para cualquier empeño serio de gobernar, cosa harto difícil teniendo en contra el tercio del Congreso y la mayoría absoluta en el Senado que controla el PP.
La investidura que con tanta precisión regula la Constitución sólo es un trámite para formar equipos capaces de gobernar; es decir, de poder llevar a la práctica lo previsto en el programa bendecido por la mayoría. Por ello resultaba ridículo tanto conteo de votos y escaños para superar una mera barrera cuando lo fundamental es, una vez al mando de los resortes del poder, calibrar qué, cuándo y cómo hacer.
Con la apertura de una tercera ronda sin que nada sustancial haya cambiado, el Rey se ha metido en harina. Parece como que quisiera hacer recaer la responsabilidad de disolver una legislatura fallida y convocar nuevas elecciones en la incapacidad de los partidos para dialogar seriamente. En eso coincide con los agentes políticos que no han sabido superar sus miserias.
No tenía necesidad de hacerlo, pero lo ha hecho. Confiemos en que salga del trance con las manos limpias. La nota emitida precisa que la finalidad de las nuevas consultas es “proponer un candidato a la Presidencia que cuente con los apoyos necesarios” antes de convocar nuevas elecciones. Lo que significa que sin tener previamente asegurada la mayoría del Congreso no hará ninguna nueva propuesta.
Llegada es la hora de comprobar hasta dónde llegan los solemnes pronunciamientos y líneas rojas que han esgrimido los llamados a desalojar “al Gobierno de la vergüenza”, fórmula nueva con que ayer Sánchez invocaba en su última rogativa el auxilio de Iglesias.