Claro que los próximos comicios serán diferentes; después de lo visto en estos cuatro meses los protagonistas de la futura lid han dado sobradas muestras de lo que pueden dar de sí; los electores están ahora mejor instruidos.
Algunos quizá decidan el 26-J quedarse en casa, o salir al campo a tomar el sol brillante de finales de junio. Pero la mayoría volverá a darse una vuelta por los colegios para apostar por su candidato mejor, o tal vez por el menos malo. Cuántos de esos votos vayan a ratificar o a rectificar su postura del 20-N es la incógnita que los partidos tratan de despejar tirando cada cual de la esquina de la manta que le ha tocado en suerte.
Buena parte de la campaña se perderá en reproches mutuos sobre quién mató la undécima legislatura; quién es el culpable de haber perdido medio año en paripés y maniobras en la oscuridad. Por el momento, con la legislatura aún de cuerpo presente, en eso andan todos. Las buenos propósitos de hablar del futuro, ser positivos y trabajar por los intereses generales aún no se han abierto paso; y lo más probable es que estos dos próximos meses acaben confirmando la sentencia de aquel cínico que el PSOE, con el apoyo del PC, puso al frente de la alcaldía de Madrid sin haber ganado las elecciones: “las promesas electorales se hacen para no cumplirlas”.
Los partidos y sus respectivos candidatos serán los primeros en decidir si rectifican o se ratifican en cuanto hicieron y dijeron durante los cuatro últimos meses. De ellos, la mayoría seguirá en sus trece. Populares y socialistas queriendo conducir un próximo Gobierno y Podemos minando las líneas de resistencia del PSOE por tierra, mar y aire. Los demás, a sus aires respectivos. La incógnita se llama Ciudadanos.
El análisis más elemental debería iluminar a su joven conductor sobre el triste papel a que fue sometido por Sánchez. Rivera le entró al juego pensando en la oportunidad que los socialistas le brindaban para hacer el bonito papel de promotor de consensos.
Pero ¿entre quienes? Un imposible cuando él mismo vetaba a Podemos y nacionalismos diversos, y su principal se lo tenía puesto a los populares. Su pretexto para figurar en las líneas del cambio, progresismo y demás carecía de virtualidad. Ni había consenso posible ni tampoco Gobierno que pudiera llevar a cabo el “acuerdo histórico” cuya firma constituyó su minuto de gloria.
Todo ello suponiendo que no participara en el embuste de los apoyos negativos, la abstención de Podemos y otros que Sánchez confesó anteayer haber echado en falta. Él mismo tenía la misión de conseguir la abstención del PP, pero comenzó insultando a su presidente. Y terminó su papel proponiendo designar presidente a un independiente.
En cualquier caso, Rivera ha cumplido el triste papel de compañero del viaje a ninguna parte promovido por Sánchez, ese personaje que como señal de concordia dice ahora que se equivocó en llamar a Rajoy indecente en la forma, pero no en el fondo.
El compañero de viaje, como Lenin definía a los liberales abducidos por la propaganda soviética, no suele ser consciente del papel que juega. También se refería a ellos como “sordomudos”, o “idiotas útiles”, los tontos útiles que denunciaba la propaganda franquista. Pero cuando hay inteligencia hay solución. José Bergamín, republicano y acendrado católico que durante muchos años había cumplido ese papel, dejó dicho: “Yo con los comunistas hasta la muerte, pero ni un minuto más; luego ellos al infierno, y yo al cielo”
Muerta la legislatura tal vez la rabia cese y Ciudadanos pase a ocupar el puesto que podría corresponderle en la renovación del centro derecha nacional. Hacerlo desde las portadas de los periódicos no será posible, y aún menos en vísperas de una campaña electoral; sólo aplicándose altas dosis de inteligencia, ciudadanos y populares, podrían derribar el muro de intolerancia que esteriliza sus dominios.