Sin saber hasta dónde podría llegar ni cómo, Sánchez pidió cartas para jugar a ganarse la presidencia del Gobierno. Fue hace un mes, tiempo que solicitó para hacerse cargo de la situación ante tan suculento resto sobre la mesa. Cumplido el plazo ayer abrió la partida pero, ¡ay! no tenía triunfos suficientes en la mano; apenas una figura, escaso bagaje para llevarse las apuestas acumuladas sobre la mesa.
Mendigó nuevas cartas pero la mayoría cortó el juego; no tuvo ocasión de mejorar. Ni a derecha ni a izquierda encontró facilidades ni otros cómplices más allá del que él mismo llevaba invitado. En tal situación tiró de retos hacia su izquierda y de insultos a la derecha. Resultaba chusco verle maltratar a quien se sentaba a la mesa con más recursos y mérito acumulado en los últimos cuatro años. ¿Era aquello un discurso de investidura o una moción de censura?
La mitad de la hora y media con que llamó sobre sí mismo la atención del país, o trató de hacerlo, la dedicó el candidato al descrédito personal del presidente del Gobierno en funciones, a la reprobación de cuanto su gobierno hizo durante la última legislatura, y a despreciar a los 122 diputados populares que allí se sientan en nombre de siete millones trescientos mil ciudadanos, un millón y pico más de los que apoderan a los noventa suyos. No le interesan, no están entre las fuerzas del cambio. O del recambio, porque buena parte de los propósitos enunciados en lo que el discurso tuvo de investidura tenían un fin único: derribar lo construido durante cuatro años.
Pero tampoco las llamadas fuerzas del cambio progresistas que lideran los jóvenes leninistas y antiguallas secesionistas se sintieron concernidas con aquel ucase: o conmigo o perpetuando a Rajoy. A Iglesias y compañía dedicó este fino pensamiento: “Hasta la peor de las medidas del acuerdo entre PSOE y Ciudadanos es mejor que mantener a Rajoy en funciones”.
Si el cambio es el insulto personal, la falacia, la descalificación y los cordones sanitarios que suelen terminar formando guetos, Sánchez es el adalid perfecto. Esfuerzos hizo para mimetizarse con los podemitas y sus mareas, pero estos quieren más. Sospechan que lo firmado con Rivera es una especie de alfombra roja para incorporar a los populares el día de mañana. Le han visto mentir con tanto descaro que ya puede el socialista poner cual no digan dueñas a Rajoy que no se fían.
No parecen dispuestos a comprar tantas cosas como podrían hacer juntos “la semana que viene”, muletilla en la que pretendía embeberlos media docena de veces. Y cuando oyen que “en el plazo de un mes” pueden comenzar los trabajos para la reforma constitucional piensan en cómo hacerlo contra un Partido Popular que cuenta con minoría de control en el Congreso y la mayoría absoluta en el Senado.
La defensa de la Constitución y el cumplimiento de las leyes fue el único punto de luz dentro de las negras tintas con que pintó el país. No, un discurso ilusionante no fue lo que ayer leyó desde el atril del Congreso. A su juicio el futuro mejor parece ser dar marcha atrás a la moviola: más Memoria Histórica, aborto y muerte digna, y menos de seguridad ciudadana y autonomía de las empresas.
Para volver a los horizontes de Zapatero no hacía falta perder un mes. Si lo de ayer hubiera sido una moción de censura la Constitución establece que el que la pierde no podrá volver a intentarlo durante el mismo período de sesiones (art. 113). Y salvo que todos mientan como concejales -viejo dicho popular-, Sánchez ayer perdió el envite.