Ver a Lula cobijarse bajo el faldón de la presidenta Rousseff resulta grotesco. El martes se reunieron durante cuatro horas y el miércoles anunciaron la noticia. No hay forma más expedita de eludir la persecución judicial que meterse en el mismísimo gobierno de su primera discípula y sucesora. Luiz Inàcio Lula da Silva se convierte en horas veinticuatro en Jefe de la Casa Civil, ministro de la Presidencia, de Dilma Rousseff. Veinticuatro horas dan para mucho, como confesó nuestro Fénix de los Ingenios hablando de su prolífica capacidad para enhebrar sus comedias: “en horas 24, más de ciento, pasaron de las musas al teatro”.
Comedia o tragedia, el caso es que el ex sindicalista, el líder de aquella civilizada nueva izquierda americana que llevó al Gobierno a su Partido de los Trabajadores, está acusado de corrupción en sus múltiples variedades: enriquecimiento ilícito, blanqueo de dinero y falsificación de documentos. Y para burlar la incriminación nada más oportuno que dejar colgada de la lámpara a la Fiscalía de San Paulo que estaba a punto de solicitar su aprisionamiento; ahora sólo la Corte Suprema podrá abrir su caso.
Durante el tiempo que la Justicia tarde en volver sobre él, o incluso afecte a la propia presidenta, Lula tratará de recomponer las bases del gobierno de Dilma, renombrando ministros y afianzando la coalición que él mismo cuajó hace tres lustros.
Del estado de corrupción en que Brasil está sumido resulta significativo, como informa Infolatam, que casi todos los titulares que han pasado por ese ministerio clave han salido salpicados por escándalos. Comenzando por José Dirceu, el compañero del alma y ministro de Lula, que además de su actual detención por participar en la red de corrupción de Petrobras, fue condenado a diez años de cárcel por comprar los votos de los socios de coalición que le dio el poder al PT de Lula.
A Dirceu siguió Rousseff, salió indemne del cargo. Su sucesora Erenice Guerra está investigada por diversos asuntos, incluido el caso Petrobras.
Ya con Rousseff en el poder, la Casa Civil comenzó estando en manos de Antonio Palocci, destituido tras cinco meses en el cargo por denuncias de enriquecimiento ilícito y sospechas de haber participado en el caso de corrupción en la petrolera estatal. Idéntica suerte corrió su sucesora, la senadora Gleisi Hoffman.
El cargo fue ocupado luego por Aloizio Mercadante, actual ministro de Educación y acusado este martes por el exjefe del oficialismo en el Senado Delcidio Amaral, también detenido por el caso Petrobras, de haber intentado sobornarle a cambio de que no cooperara con la Justicia. ¿Cabe más?
Brasil como ejemplo, al modo con que Secondat escribió sobre los persas.
La transparencia es la ley de la gravedad de las democracias; implacable, aunque la manzana a veces tarde en caer más tiempo de la cuenta. Derechas, izquierdas y mediopensionistas acaban subidos a la picota de la pública opinión. Y salvo trampas procesales y otros enredos judiciales, ¡ay los EREs!, también de la Justicia.
Produce vértigo imaginar lo que puede estar sucediendo en la Venezuela de Maduro, por ejemplo; y repugnancia, aunque no a todos. ¿Dónde estabais Iglesias, Errejón, Bescansa y compañía cuando la mujer de Leopoldo López presentaba ayer en Madrid “Preso libre”?