Se inventó la política para dejar las armas en paz, y las Cámaras para enfriar las pasiones, precisamente para dar cauce a la política. Aquí parece que estamos enmendando la plana al progreso de la humanidad; la política, más que el arte de hacer posible lo necesario, ha devenido en el arte del insulto; y las Cámaras, en platós para que las cámaras con minúscula retrasmitan la muerte de la política.
A cara de perro no se va a ninguna parte. ¿Qué demonios pretenden quienes ponen cara feroce frente a quien se atreve a plantarse delante? Los insultos y despropósitos ya no sorprenden a los espectadores que, como en otras basuras televisadas, Gran Hermano, Sálvame, etc., esperan el más fuerte todavía.
Cuánta sabiduría en aquella reflexión de Churchill, “extender la cordura con la facilidad y rapidez que lo hace la locura sería la gran reforma que la política necesita”.
Con los mimbres acopiados en las últimas elecciones será sumamente difícil mantener en pie el país; las instituciones que han permitido el desarrollo de una sociedad libre y de un Estado de Bienestar del más alto nivel. No tiene un pase ver al presidente del Congreso, representante del poder legislativo, poner cara de perro al poder ejecutivo que cubre un Gobierno en funciones.
A quién asista la razón jurídico-constitucional sobre el control parlamentario de una administración sin más poderes que el de cumplir los Presupuestos, importa menos que las formas en que ha derivado el conflicto.
Por cierto, menos mal que el Gobierno ahora en funciones dejó aprobados unos PGE de los que tirar mientras no tome las riendas un nuevo Gobierno que sustituya al cesante. En el debate del 25 de agosto pasado Sánchez se opuso a dejarlos aprobados con todas las armas posibles. Antes de llamarle de todo menos persona al Presidente de aquel Gobierno, el socialista sentenció: “Sr. Rajoy, no hay ninguna emergencia nacional para convocar hoy este debate. Usted vuelve a defraudar la confianza de los ciudadanos al anteponer sus intereses partidistas al interés superior de España y los españoles”.
Así se hace la historia.
Volviendo al conflicto de atribuciones, a López quizá le haya dicho su partido que podría haber una fórmula exprés de formar nuevo gobierno apoyándose en la letra de un par de artículos de la Constitución, 113 y 114. Porque puestos a exigir responsabilidades al Gobierno bastaría con que la Cámara le negase su confianza para que el Presidente, en funciones o no, presente automáticamente su dimisión al Rey. Y para proveer el cargo la mayoría absoluta es más que posible, ¿quién osaría dejar al país sin ningún tipo de administración?
El pasado día 10, López afirmó en comparecencia formal ante la prensa: “El Gobierno no tiene la confianza de esta Cámara”. De ahí a plasmar la censura en una votación no hay más que convocarla. ¿O no?
Magnífica interpretación