Algunos creyeron haberlo visto todo, pues no; se equivocaban. Lo último de Sánchez amerita pasar a una antología de los disparates políticos. Con el complaciente aguante de los órganos de gobierno de su partido, la exhibición de falta de vergüenza ante su socio, el Ciudadano Rivera, es digna de figurar entre los Guinness World Records. ¡Pero si es Podemos a quien necesita a su lado!
Se comprende que sus conmilitones no opongan resistencia a las ansias del muchacho para presidir el Gobierno de España; al fin y al cabo los presupuestos del Estado dan para cubrir muchas necesidades. A ver quién impide trepar por la cucaña del poder a “uno de los nuestros” que luego repartirá aquí abajo lo que allá arriba encuentre.
Pero lo de los engatusados socios no tiene mayor explicación que la de “y ahora cómo salgo yo de ésta”. Los edecanes de Sánchez ya habían dado muestra del valor que para ellos, la primera parte contratante, tiene un pacto puesto en escena con la solemnidad propia de los que hacen historia. En horas veinticuatro comenzaron a desdecirse, matizar, ampliar y contextualizar lo firmado con la segunda parte contratante, que hoy no sabe dónde meterse. Y una vez ganado el pseudoplebiscito del jefe reescribieron lo pactado para remitir sendas cartas a la medida de cada una de las ramas de Podemos. Pactos, capacidad de diálogo a derecha a izquierda…
Las maniobras del aventurero que se ofreció al jefe del Estado para formar gobierno sin tener con qué, recuerda aquella argucia hitleriana de la “política de pactos” en los últimos años treinta del pasado siglo: con Japón contra los comunistas, luego con Italia el de “de acero”, con Rusia el “de no agresión”, y finalmente el Tripartito con Italia y Japón contra Rusia y el resto del mundo. Y así, de pacto en pacto, fue como se armó la Mundial.
Las trampas del candidato socialista van más allá del marketing directo. Ofrecer a cada cual lo suyo, si luego pudiera cumplirse, entra dentro de lo respetable, pero no cuando se juega estúpidamente con el futuro de una nación. ¿Pero qué coño programa de gobierno es el que se diseña para comprar votos en el Congreso ofreciendo a unos la promoción de las lenguas vernáculas fuera de sus fronteras, leche y más pesca a otros, el Ibi de la iglesia y adiós a la Santa Sede allá, y acullá borrar las leyes laboral, de educación, de seguridad…?
Eso sí, ni palabra sobre qué hacer con los catalanes sediciosos.
Extraña idea de España la de Sánchez. Qué decir de su talante democrático cuando cifra como objetivo de su investidura el extrañamiento de siete millones trescientos mil ciudadanos; qué de la ética que soporta el mantra de «o me ayudáis o estaréis perpetuando a Rajoy». Homérico leitmotiv para motivar a sus costaleros.
Como hoy bien escriben en El País García Delgado y Vallespín, «Si hay algo que ha sido rechazado en las urnas es trazar líneas rojas, y menos cordones sanitarios contra/frente representantes elegidos por el pueblo español, y menos aún cuando estos conforman minorías mayoritarias«… «Menospreciar a otras formaciones es despreciar a millones de españoles«.
Pues con todo esto y más, esta semana aquí puede pasar cualquier cosa. Suponer que Podemos mantenga firme su negativa a hacer de peones, y de segunda, es tan arriesgado como fiarse del compromiso de Sánchez con lo firmado. Quizá Rivera lo explique algún día.