A última hora de la tarde, una vez aburridas las ovejas a la espera de su comparecencia tras el paso por Zarzuela, saltó la noticia desde la propia Casa Real: Rajoy ha declinado el ofrecimiento del Rey para ser candidato a la Presidencia. “De momento no tengo los apoyos necesarios”, “tengo una mayoría absoluta en contra”, pero no renuncia a nada.
En realidad, lo que ha hecho el presidente en funciones es voltear la escena política. Él se ha explicado con la cachazuda lógica de los puntos cardinales que deberían centrar los afanes de un nuevo Gobierno: la unidad de España y la igualdad de todos los españoles, el modelo y los compromisos europeos, crear empleo y consolidar el estado de bienestar, y la lucha contra el terrorismo internacional. Y el dialogo como método para superar las diferencias, porque aun existiendo sobre esos puntos un acuerdo básico entre populares, socialistas y ciudadanos, dijo, hay diferencias en cuanto a las medidas para lograrlos.
Ahora es Sánchez quien ha de explicarse, y ante razonamiento tan claro y de sentido común ya no le basta con reiterar su repugnancia a sentarse con los populares, ¡cuando acaban de hacerlo para constituir la mesa del Congreso!, por ejemplo.
Pero sobre todo habrá de responder por la puñalada trapera que le asestó su socio eventual invistiéndose vicepresidente y reclamando cuatro ministerios de ese gobierno “de progreso” que Iglesias anunció al propio monarca.
La ingenuidad de Sánchez, o su simpleza, hace pensar en la conveniencia de someter a los políticos a una suerte de exámenes con los que revalidar sus capacidades para participar en el manejo de los intereses de los ciudadanos. Iglesias las tiene sobradamente acreditadas; es único para marcar el compás y la agenda de los demás. Le importa un bledo estar a los pies de los caballos por una declaración de ingresos impresentable, por sus cobros de dineros oscuros, por la marcha de sus amigos venezolanos, griegos o portugueses. Pelillos a la mar; ladran, luego cabalgamos… A su lado, el gobierno socialista duraría lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Y Sánchez, también.
Montar una coalición con un socio que prepara el asalto a tu propia casa para despojarte de tus pertenencias es, además de insensato, tomarse a chacota a España y a los españoles. ¿Cuánto tiempo duraría ese Gobierno, que reformas constitucionales podría abordar sin el consenso con el PP que, además de siete millones largos de votos, tiene la llave del Senado con su mayoría absoluta?
Rajoy ha abierto la partida con un gambito de dama, o de rey, que lo mismo da. En el tablero en que se está jugando el futuro del país ha sacrificado formalmente la puesta en escena de una investidura que tenía perdida, para ganar margen de maniobra reclamando atención sobre la debilidad de su contrincante.
El calendario de la próxima semana se abre con una segunda ronda de audiencias reales y se cerrará con el cónclave socialista que, visto lo que se está viendo, quizá tercie en el juego. En fin, todo un movimiento estratégico en el que, como el gallego acostumbra, el tiempo juega un papel esencial. Esa es la parte exasperante de un político que parece negado para el oficio pero cuyo último movimiento, concluya bien o mal, merece quitarse el sombrero.
“Chapeau, Monsieur le Président”.