Por si últimamente no hubiéramos visto suficientes tonterías, la constitución de la nueva legislatura resultó espectacular. Y como todo espectáculo que se precie, desde la ópera a los musicales de Broadway, la obertura adelantó los principales números musicales del show.
Una de las nuevas estrellas entró en escena con la camisa de siempre pero ayer su desaliñada coleta se trocó en brillante melena de peluquería. Y con un par ocupó el centro izquierda del hemiciclo. La otra, adelantó a sus muchachos para que se hicieran con el centro derecha; ambos en la misma fila, como en los carteles lucen al mismo nivel las secundarios principales.
Pero entre uno y otro, el número fuerte, lo nunca visto: la mamá lactante de Podemos entrando al hemiciclo con su cochecito portabebés para sentarse con su cachorro en el escaño correspondiente, bien cerca de la estrella podemita a la que presentó el niño poco menos que como ofrenda. ¡Todo por la imagen!
Ante la estólida complacencia del flamante presidente de la Cámara los de Iglesias se ciscaron en convenciones internacionales y en todas las leyes protectoras de la infancia. La utilización con fines políticos del menor, un bebé no dejará de ser un menor hasta pasados muchos años, está sancionada en nuestro ordenamiento jurídico.
“Se considera intromisión ilegítima en el derecho… a la intimidad personal y a la propia imagen del menor, cualquier utilización de su imagen o su nombre en los medios de comunicación… incluso si consta el consentimiento del menor o de sus representantes legales.” (Del artículo cuarto de la Ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor, 1996, revisada en 2015).
No se trata de un eminente jurista el encargado de presidir la factoría legislativa de nuestro sistema, lo que en las presentes circunstancia es una lástima. Patxi López es simplemente un político nacido y crecido en el aparato socialista; esa es su profesión. Y el político no dijo ni pío. Como también calló ante las sandeces con que decenas de diputados manipularon el requisito propio en la constitución de cualquier corporación: respetar sus normas incluso para cambiarlas.
Llovía sobre mojado. La investidura del sucesor de Mas, pobre Mas ahora sin escudo protector contra jueces y fiscales, fue un precedente grotesco. Allí fue la señora Forcadell quien volvió a sentirse grande, como cuando celebró su entronización con un viva a la república catalana, al proponer a Puigdemont prometer “cumplir con sus obligaciones como Presidente de la Generalidad con fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña representado por el Parlamento”. Y ambos, presidenta y presidente se quedaron tan anchos tras la histórica machada.
En fin, sabido es que hoy los juramentos y promesas son muy poco más que palabras, y las palabras se las lleva el viento. Pero lo del niño en el hemiciclo es de mal nacidos.
El espectáculo no ha hecho sino empezar y aún no está claro quiénes serán sus actores principales. Ni siquiera el guión ha sido escrito. El escenario está abierto a todo, a los celos y a las intrigas, al drama pasional, a la comedia musical y hasta al auto sacramental. Públicos hay de todos los gustos; entre El Molino del Paralelo barcelonés, el Teatro Real madrileño y la Mestranza sevillana cabe cualquier cosa; sólo una parece asegurada: como lanzaron los roqueros de Queen, the show must go on.
Y el espectáculo continuará.