Las elecciones parlamentarias se han saldado con una extraña apertura hacia el vacío por la que puede llegar una regeneración de la vida política española o el caos. Formalmente la contienda tiene un ganador, el PP, que ha obtenido más de un 28% de los votos, 6,7 puntos por encima del segundo colocado, el PSOE.
Ello se traduce en más de un millón y medio de votos, y 123 escaños en el Congreso frente a los 90 del partido socialista. El denostado bipartidismo conserva el 50% de la cámara; el resto se lo reparten 8 formaciones políticas más.
Pero entre ellas hay dos que se estrenan en la cámara con un total de 109 escaños. La primera, los radicales de Podemos, se ha quedado a menos de 2 puntos de los socialistas, poco más de trescientos cuarenta mil votos.
El otro recién llegado, la formación Ciudadanos que encabeza el joven catalán Rivera, ha quedado muy lejos de las perspectivas que fomentaron aquellas primeras encuestas que llegaron a situarlos en un apretado empate en la cabeza de la clasificación. La realidad ha sido bien diferente: menos de la mitad de votos que los populares, y cuarenta diputados.
Esos cuarenta diputados, que su jefe de filas define como el centro político, podrían colaborar a dar estabilidad a un gobierno del PP, con la misma lógica que Podemos podría ofrecer su mano al partido socialista que, con escaso margen realmente, lidera la izquierda política del país. En el primer caso, PP más Ciudadanos sumarían 163 escaños; en el segundo, PSOE más la constelación que integra Podemos, 159.
Ni uno ni otro garantizan una mayoría absoluta parlamentaria, pero en ningún sitio está escrito que esa mayoría sea condición necesaria para formar gobiernos. De hecho, en España ha habido diversos precedentes; con mayorías simples han gobernado en alguna ocasión los cuatro presidentes salidos de las urnas: Suárez, González, Aznar y Zapatero.
Si los representantes que ayer designó el voto popular pegaran la oreja a la tierra seguramente escucharían un sonido bien diferente del ruido vendido durante la campaña electoral. Ese reparto de escaños está marcando la senda del diálogo y entendimiento para afrontar los desafíos presentes.
Desde la profundización en las reformas que consoliden un sistema productivo más eficiente, que contribuyan a generar puestos de trabajo, que profundicen en la eliminación de privilegios, la justicia y la igualdad de derechos y obligaciones de los españoles, hasta la gestación de grandes consensos nacionales para cuajar un sistema educativo perdurable y un esquema autonómico justo y corresponsabilizado.
Las elecciones del 20-D a nadie ha dejado satisfecho. Puede no ser un mal principio para comenzar la restauración desde abajo. Más difícil fue partir de la nada hace cuarenta años y, como hoy, sin mayorías absolutas. O mejor dicho, sin otra mayoría absoluta que la del patriotismo: todos perdieron un poco para que España, los españoles, ganaran mucho.
Savoir-Faire ,que dirían los franceses. El pueblo, siempre,sabio y dando ejemplo de sentido común. Ojalá pillen el mensaje,por el bien de todos.