Han aguantado carros y carretas ante el asombro general del resto de los españoles. Se dejaron arrollar por las manifestaciones que convocaba la señora Forcadell con éxito similar al de aquel angelito apellidado Goebbels, como aquélla también éste licenciado en Filosofía aunque en Heidelberg en vez de la Autónoma de Barcelona.
Y ahora resulta que prácticamente dos tercios de los catalanes desaprueban los planes de Mas y están de acuerdo con la conclusión del Constitucional sobre la declaración rupturista que aprobó el parlamento regional. Y sólo un 34% está conforme con que lo presida la Forcadell del “¡Viva la república catalana!”.
Ya era hora ¿no? Benvinguts al mundo de la realidad. No será éste el fin de la discordia pero es un paso más en la buena dirección. La señora Rosé ha caído al fin en que su nieto Pau le ha estado tomando el pelo simulando que ya eran independientes. Ver “Ocho apellidos catalanes” es menos divertido que la primera edición vasca, pero refleja con humor lo que pasa en la sociedad catalana, si es que se puede hablar en singular de aquella colectividad.
Lo de Mas, Junqueras y demás arrejuntados por el sí es sencillamente una estafa a la sociedad en que viven y de la que abusan sin miramientos. Como ha sentenciado el TC “La Cámara autonómica no puede erigirse en fuente de legitimidad jurídica y política, hasta arrogarse la potestad de vulnerar el orden constitucional que sustenta su propia autoridad”. Nadie con dos dedos de frente podía imaginar que la decisión del alto tribunal pudiera ir en otro sentido.
Negarse a respetar el ordenamiento jurídico del que ellos mismos penden deja a sus protagonistas en la ridícula situación del que se queda colgado de la brocha tras tirar de una patada la escalera que le sostenía. ¿Hacía falta una sentencia formal para que el común de los catalanes haya comenzado a despertar del encantamiento?
La unanimidad de los 11 magistrados del Constitucional es lo natural cuando la declaración independentista negaba que la soberanía resida en el pueblo español, o que los poderes públicos hayan de estar sometidos a la Constitución. ¿Qué tipo de democracia cabe sin principios básicos tan elementales?
De los podemitas y sus amigos de la CUP cualquier cosa cabe esperar, pero no de partidos con anclajes reales en la sociedad, como es el caso de ERC y del fundado por Pujol y que Mas arruina con esmero a diario.
Anclados en una sociedad, eso sí, aquejada de un extraño síndrome: el silencio de los corderos.