La lisis; esa es la clave de la estrategia aplicada por Rajoy al problema catalán. En griego, destrucción. En química, descomposición de una sustancia por la rotura de sus enlaces químicos. En política, dejar que un problema se pudra antes de aplicarle el remedio.
Es lo que tiene el paso del tiempo, ese fenómeno que todo lo cura. Fue una de las palancas del cambio de mentalidad en la sociedad española durante la Transición. A base de aguantar todo tipo de empellones extremistas de uno y otro lado, asesinatos, manifestaciones, huelgas, etc. el común terminó comprendiendo valores nuevos como la libertad, la solidaridad, la justicia; se hizo cargo de su propia responsabilidad. Que luego fuera perdiendo brillo es otro asunto.
El denostado dontancredismo achacado a Rajoy parece estar dando resultados. Ante situaciones críticas como las creadas por los sediciosos Mas y Junqueras en compañía de otros, mantener la cabeza fría es un principio básico, previo a cualquier estrategia. El presidente del Gobierno ha dado muestras de una extraña capacidad de resistencia a mil presiones y otros tantos cantos de sirena.
Esa sangre fría, ¿pachorra?, ha causado quiebres en su propio partido, y entre sus electores no pocas deserciones, por ahora sólo previstas. Pero esa ausencia de emociones, ese dejar pasar lo que a lo largo del tiempo tenga que pasar, está resultando eficaz. Los hechos demuestran que, por ahora, los sueños nacionalistas sueños seguirán siendo.
Los sediciosos están al borde de la ruptura. La coyunda entre burgueses y la izquierda resultó estéril ante las urnas. Los mamporreros disponibles en la ultraizquierda más que pasión han excitado las diferencias entre la pareja que soñó un imposible. El partido que ha conducido durante años el taimado proceso de secesión está roto, sus dirigentes ante la justicia ordinaria, sus sedes embargadas. La izquierda republicana se queda sin el garante de que el proceso será tranquilo. Y los antisistema, conscientes de su fuerza determinante, siguen en sus trece como aquel papa Luna, el solitario de Peñíscola.
De cualquier forma, el fin de eso que bautizaron como procés sólo llegará cuando la masa de manifestantes que lo jalearon se vuelva contra sus dirigentes por el fraude infringido. Otros volverán a soplar las pavesas del fuego prendido por Valentí Almirall en el último tercio del siglo XIX y Enric Prat de la Riba al comenzar el XX. Muchos lo han hecho desde entonces, Maciá, Companys, Pujol con Mas, pero siempre con el mismo resultado: la nada.