Con Pedro Sánchez medio atado por el pacto antiterrorista que compromete la unidad y lealtad de los suscribientes, sus terminales mediáticas hablan de que hay que ir a la guerra. Ahora sí. Tienen razón cuando dicen que esto no es como lo de Irak en tiempos de Aznar, y tampoco les faltan razones para suponer que Mariano Rajoy no se embarcará en aventuras cuando estamos a tres semanas de unas elecciones generales. Aquello de hace once años –“Tu maldita guerra…”- le dejó vacunado para toda la vida.
En cristiano: si el presidente tomara la decisión que no piensa tomar todo se le vendría encima, incluida la lealtad de los firmantes del pacto antiterrorista.
Cierto es, además de la coyuntura política, que la situación de las fuerzas hispanas de defensa no da para demasiado. Nuestro portaviones, el buque de asalto anfibio Juan Carlos I, tendría que avanzar por el Mediterráneo para que un par de Harrier o cuatro caza bombarderos F-35B, una vez provisionados de cohetes y carburante, pudieran participar en las operaciones de castigo francesas sobre el territorio ocupado por el Daesh. Y como de las operaciones de inteligencia no se habla, hasta ahí llegaría nuestra colaboración en la guerra; algo más simbólico que efectivo.
En fin, de enviar tropas, el boots on the ground como ahora se escribe, nada de nada. Túnez queda más a mano pero no es cuestión de desembarco ni bombardeos. Lo que ratifica el tercer golpe terrorista asestado ayer sobe su capital, llevan setenta y cinco asesinados desde el mes de junio, es que no hay fronteras que aislen de la barbarie.
Para esta nueva modalidad de guerra, más allá de masacrar poblaciones en los territorios ocupados por el nuevo emirato, el arma más efectiva son los servicios de inteligencia. Ahí es donde puede resultar positiva la colaboración española. La lucha contra el terrorismo interno ya vencido ha servido para disponer hoy de un servicio realmente eficaz e integrado perfectamente en la red de que disponen las democracias más avanzadas en este terreno.
¿Volverá a influir el terrorismo en los españoles a la hora de elegir su futuro? Ojalá no haya ocasión de repetir, ni en uno ni otro sentido, el lamentable espectáculo que dimos al mundo en marzo de 2004.