La lealtad es virtud de difícil cultivo, sobre todo cuando no se tiene claro a quién o a qué es debida. Ante el golpe de Estado anunciado por los parlamentarios sediciosos catalanes la convocatoria del Presidente del Gobierno a los candidatos postulados para dirigir los rumbos del país fue por todos atendida. Unos, en cumplimiento de un deber, otros, buscando su minuto de gloria. La hombría de bien de los primeros ha contrastado con las travesuras de los dinamiteros del sistema.
Estos últimos no se sienten concernidos con el problema, ni comprometidos con el sistema de libertades que garantiza el Estado de Derecho de la Constitución del 78. Lógico. Ni Iglesias ni Garzón están dispuestos a echar una mano en la defensa de la Ley; de las leyes burguesas que les garantizan el derecho a ser como son, decir lo que dicen y hacer lo que hacen, incluso foto shop para convertir en tricolor la enseña nacional.
Sus manifestaciones son las que cabe imaginar saliendo de los últimos rescoldos del marxismo. Ni la reciente muerte del viejo comunista cuyo despiste contribuyó al derribo popular del muro de Berlín en 1989, les hace pensar que todo aquello ya pasó, como pasaron también las juventudes hitlerianas en las que el mismo Schabowski comenzó su lucha… no precisamente por las libertades.
El resto de los visitantes del palacete presidencial compuso su figura lo mejor que pudo para asegurar su participación en la defensa de la integridad nacional con la legalidad democrática como arma. También era lo que cabía esperar de Sánchez y Rivera, entre otros, dado el alcance del problema abierto en el parlamento catalán. Pero en algún caso parece como si fuera imposible aguantar el tirón de la palabra dada para evitar fisuras en el bloque de la lealtad.
Realmente no ha de resultar sencillo compaginar el compromiso de las exigencias impuestas por el chantaje secesionista, con las que una campaña electoral supone de explicación y defensa de un proyecto político. La circunstancia es una dura piedra de toque para calibrar la entidad de cualquier candidato. Sánchez no dio la talla.
Lo que distingue al estadista del tertuliano es la capacidad de saltar por encima de lo inmediato, de tener claro lo fundamental para no perderse en lo accesorio; de saber jugársela aún a riesgo de perder. De todo ello anduvo corto Sánchez a lo largo de su entrevista en TVE1.
Más allá de los nervios a flor de sonrisa, lugares comunes, eslóganes y errores históricos a la hora de presumir, como de la autoría socialista de la Ley del divorcio, lejos de saltar fuera del ring electoral el candidato no supo salirse ni siquiera del clinch con que trató de pegarse a su rival Rajoy, y del que apenas logró separarle la entrevistadora.
De un líder cabe esperar algo más que saber nadar y guardar la ropa, habilidad apreciable en los bañistas ocasionales, pero de escaso vuelo ante circunstancias singulares como la que vive la Nación. Cuando más que de conservar se trata de ganar, lo propio viene dictado en aquel otro viejo refrán: el que quiera peces que se moje el culo.