Ayer desenfundó el diario global con un espectacular titular a toda plana, cinco columnas: “La declaración de independencia no recibe respuesta de Rajoy”. El hecho podría pasar a una antología del disparate informativo, o de cómo hacer política a través de los medios. Tal vez tratara El País de llevar a la práctica aquel análisis que el día 2 de este mismo mes publicó bajo el título “Y una portada despertó a Rajoy”, visto que hoy encabeza la suya con un “Rajoy reacciona y trata de unir a los partidos contra la secesión”.
¿Estaremos en puertas de una segunda edición de aquella falsa información sobre la aparición de un terrorista muerto en los atentados del 11-M de 2004? Fue difundida en la tarde del atentado por la cadena radiofónica de la misma empresa editora.
Rajoy no ha sido modélico en cuanto a la comunicación con los ciudadanos que gobierna. Tiene suficientemente acreditado su distanciamiento, la ausencia de empatía que todo líder debe procurar en un mandato democrático. Frente a los sediciosos que están marcando el pulso de Cataluña, y lastrando el de España entera, ha seguido una estrategia que desconcierta a la mayoría de los españoles. La frialdad de sus reacciones durante lo que aquéllos llaman “el procés” choca frontalmente con el temperamento nacional, más proclive al enfrentamiento que a la reflexión. Y no parece que estas calenturas se alivien con el frío presidencial.
Pero tengo para mí que a Rajoy le asiste la razón ante el desafío de los secesionistas, variopinta tribu en la que presuntos delincuentes que sienten en su cogote el aliento de la Justicia conviven junto a irredentos nostálgicos y con algunos agitadores.
La igualdad de todos los españoles ha de ser el eje vertebrador de todas las respuestas posibles frente a los secesionistas. No caben privilegios más allá de la diversidad y peculiaridades que la propia Constitución reconoce y protege.
Cierto que hasta estas hemos llegado por la acumulación durante decenios de circunstancias y errores diversos, pero en cualquier caso, la reacción ante los desafueros ha de ser en siempre proporcional.
De ahí que ante una declaración de intenciones, que es lo que es el papel sometido a la cámara catalana aún no debidamente constituida, no quepa más reacción que la de empeñar la palabra en asegurar el cumplimiento de la Ley y procurarse el apoyo de las fuerzas que la defienden. Es lo que ha hecho el Presidente, y a tiempo en esta ocasión. A sus acompañantes corresponde ahora adecuar sus pasos a las circunstancias; es decir, abandonar toda tentación electorera, como la pretensión de liderar en exclusiva la defensa de la unidad nacional, o agitar la bandera de una reforma federal de la Constitución que a los secesionistas importa un bledo.
La inmensa mayoría de nuestra sociedad desconoce la Constitución. Comienza proclamando su voluntad de “proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones”; en su articulado garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la Nación española, “patria común e indivisible de todos los españoles”, y regula el alcance de sus facultades con mayor apertura que cualquier otro régimen federal conocido. ¿A qué viene pues ese mantra de la reforma federal?
Cuando lo que está en juego es la propia existencia querer sacar tajada resulta suicida; no hay más tajada que la de la propia carne.