Ha logrado polarizar la atención del país en torno a su sueño, la ensoñación de un gobernante perjuro que escapa de sus obligaciones reales ocultándose tras una bandera facciosa. Como el diestro que lleva al toro embebido entre los pliegues de su capa, el sedicioso hurta su figura del juicio político, y del penal, agitando amenazas merecedoras de un “hasta aquí llegó la broma”.
El hecho de que ese corte no se haya producido hasta ahora, y van ya muchos años de toreo, lo acaba de escribir magistralmente Nicolás Redondo Terreros. Transcribo lo que difícilmente se puede expresar mejor:
“El problema es que los que provocan nuestra necesidad de renovar continuamente esos pactos de convivencia siempre han querido más y nunca han trasladado ese espíritu convivencial a la sociedad catalana. Llevamos actuando de este modo desde 1978, siempre buscando cómo satisfacer a los nacionalistas catalanes.
Tal ha sido nuestro esfuerzo por contentar a los independentistas que hemos sonreído para templar gaitas cuando insultaban a los andaluces o extremeños, hemos callado, cuando la confusión entre lo público y lo privado en Cataluña se confundía hasta provocar vergüenza ajena y hemos mirado hacia otro lado para que pudieran imponer una homogeneización social imposible en una sociedad moderna.
No nos ha importado sufrir continuos desaires, basados en una posición prevalente que no tienen, les hemos dejado que hicieran oficial y única la historia sentimental de una parte de su sociedad, y casi siempre han sido recibidos con gesto genuflexo para no provocar su ira.”
Buena parte de la penosa clase política que tenemos instalada se ha metido de hoz y coz en el capote secesionista hasta el punto de querer encontrarle salida por donde no la tiene. Ejemplos, a raudales. Unos proponen la reforma de la Constitución para reforzar la singularidad de Cataluña -¿y por qué no la de Cantabria o La Rioja?-, defender su cultura y su lengua -¿y qué pasa con la castellana, la andaluza o la gallega?-, etc., y otros llegan a la sofisticación de ofrecer “la tercera vía”.
Federalismo, nación de naciones… ¡Pero si la cuestión va de crear un nuevo Estado! Dejémonos de bromas, genuflexiones y deseos de agradar a no se sabe quién, porque los que dirigen la lidia no están para entrar en razones. Esto va de sentimientos, los que han inculcado a través de los planes de estudio de dos generaciones y del control mafioso de los medios a su servicio. Aquello de Pascal que aplicado al amor suena tan bonito: el corazón tiene razones que la razón ignora.
Como la demagogia, tantas vías de solución tal vez persigan otro fin: cubrirse con el manto de la empatía, de la comprensión, del buen rollo. Del diálogo que nunca acabará produciéndose pero no por mi culpa; ni tampoco por la del catalán. La responsabilidad será de ese mal encarado que sólo gobierna para la derecha (Sánchez dixit).
Poco y nada sacaremos de provecho siguiendo encelados en el capote de este Bolívar de vía estrecha que ya nos está costando unos millones, muchos, jugando con la prima de riesgo. Los catalanes, y Cataluña, son mucho más que este mequetrefe (RAE: hombre entremetido, bullicioso y de poco provecho)