Hablando en serio: el soberanismo no está en el ADN de CDC, partido fundado por Jordi Pujol, el político que más tiempo ha administrado la comunidad catalana, y que hoy encabeza Artur Mas. Convergencia y Unió, su socio durante muchos años, han sido la expresión política de una burguesía nacionalista organizada políticamente para defender usos, costumbres y tradiciones, desde la lengua hasta el derecho privado, y muy específicamente sus intereses ante el Gobierno de la Nación.
Nada nuevo en esto último. La burguesía catalana supo actuar en la capital del Reino para procurarse favores, como la exclusiva del comercio con las Antillas en tiempos de Felipe V, o la prohibición de comprar tejidos foráneos que concedió Carlos III.
Desde ahí se consagró en los dos últimos siglos una política proteccionista de los intereses industriales catalanes, y vascos, cuyas consecuencias han pagado en términos de desarrollo Andalucía y las Castillas. Lamentablemente para todos no supieron aprovechar las ventajas de que dispusieron para saltar más allá del mercado interior cautivo con el que se conformaron.
Su dependencia de los favores del Estado era, y es, connatural con el cultivo de un nacionalismo de baja intensidad conflictual.
Hace poco más de cien años, 1893, las burguesías vasca y catalana celebraban en el Teatro Arriaga de Bilbao el Meeting-Protesta contra los tratados de comercio internacionales que negociaba el Gobierno de la Restauración. En ellos, naturalmente, se eliminaban diversas medidas proteccionistas. Aquel gran mitin protesta, uno de los momentos fundacionales de la organización de ambos nacionalismos para la defensa de sus intereses, se celebró bajo un curioso lema: “España para los españoles”.
¿Desde cuándo y por qué los dirigentes burgueses pasaron del pacto a la ruptura, del nacionalismo al independentismo?
El secesionismo tuvo otras fuentes, diversas, cuya expresión más nítida estuvo en la izquierda republicana de Maciá y Companys, en la ERC que hoy dirige Oriol Junqueras. Para ellos, como para los comunistas durante el franquismo, el nacionalismo era un ardid de la derecha para conservar sus privilegios de clase.
Nacionalistas y separatistas eran dos polos del catalanismo que se repelían mutuamente. La mediación de terceros, comunistas, socialistas, liberales republicanos, hizo posible su coexistencia en órganos unitarios de la oposición al término del franquismo, como la Assemblea.
En las manifestaciones con que unidos recorrían las calles de Barcelona tras la pancarta “Llibertat, Amnistia, Estatut d’Autonomía” , el Estatut casaba a unos con otros; era el punto de convergencia entre la Llibertat burguesa liberal y la Amnistia de la izquierda represaliada.
La Constitución devolvió cada oveja a su redil… hasta hoy, porque lo del gobierno de concentración de Tarradellas con que se restableció la Generalitat sólo fue un breve paréntesis.
¿Qué ha podido impulsar al sucesor de Pujol a depositar los intereses del nacionalismo burgués en manos de la izquierda radical rupturista?