Tal no haya demasiados casos como el suyo. El tópico de Churchill perdiendo las elecciones del Reino Unido tras haber conducido a su pueblo hasta la victoria no sirve como precedente de la soledad política que aquí envuelve a Rajoy. O en la que el presidente se ha envuelto durante toda la legislatura.
Los mensajes que llegan del exterior sobre el brillante desempeño del Gobierno español en el combate contra la crisis son ya unánimes. Las reformas acometidas para ello, por muy prescritas que estuvieran por los doctores de Bruselas, Bonn y Washington, y su implementación han desacreditado rotundamente el discurso de la oposición. Pero los datos importan un pimiento; el discurso socialista sigue erre que erre con los eslóganes de hace tres años.
Cierto es que la realidad ha terminado por desinflar al equipo opositor habitual, sindicatos, la izquierda unida y el partido socialista. Así lo cantan las diversas consultas electorales habidas. Tan cierto como que, pese a conservar la primera posición, los populares han perdido un raudal de apoyos en las urnas.
Esa pérdida de votos no está causada por las críticas de la oposición al manejo de la crisis. Aquí viene pintiparado aquello del italiano “si el poder desgasta, la oposición desgasta mucho más”. Lo confirman, las últimas elecciones y encuestas. Y es que a pesar de los pesares, es decir de lo que se juega el país en este cuatrimestre, el PSOE sigue en Babia, como se decía en el antiguo Reino de León del rey cuando dejaba la Corte para cazar por aquellas tierras vecinas a las de Asturias.
Buena parte de esa desafección estriba en el aislamiento con que Rajoy ha conducido los asuntos de gobierno. Entre su forma de ser y la mayoría absoluta que Zapatero le echó entre las manos hace cuatro años, el presidente se permitió el lujo de dedicarse al monocultivo de la estabilidad financiera y crecimiento económico sin dar arte ni parte a sus votantes, oposición y, en general, a la sociedad española, del resto de los asuntos que realmente importan.
Esa carencia de lo que se llama inteligencia emocional, la habilidad para entender y comunicarse con la gente, de expresar las emociones propias y comprender las de los demás, suele ser letal para el futuro de cualquier dirigente, y especialmente en el mundo político. No es que a los que la empatía les sobre tengan ganado el éxito, ni mucho menos; pero sí el apoyo de un público que se siente en ellos mejor representado.
El caso es que ante desafíos como el de los secesionistas catalanes el presidente no tiene quien le escriba… salvo Felipe González y Merkel, que tampoco es poca cosa. Cuantos pasos dé en cualquier dirección, como el de la reforma del TC, serán contestados rudamente por los opositores. Unos porque se consideran amenazados y tienen que hacerlo, y otros, como la actual dirigencia socialista, por incapaces para pensar más allá de sus narices olfateando elementos de desgaste que les acerquen a los aledaños del poder.
Así son, pero no tendría mayor trascendencia si durante los tres últimos años unos y otros, empezando por el Gobierno, hubieran desterrado al baúl de los recuerdos esa triste afición a poner cara de perro que tanto nos ha costado a lo largo de nuestra Historia.