Cuando la regidora Colau plantea en el consistorio barcelonés “lavar de monarquismo” las calles de la ciudad el PSOE de Sánchez y compañía mira para otro lado, como suelen hacer ante cuestiones que puedan afectar su menguada cosecha de votos. Demasiado mal hemos tenido que hacer muchas cosas los españoles para merecer esto de un partido de gobierno. Y del otro también, pero ese es otro cantar.
En política, el resultado final de un proceso puede ser equidistante entre los dos polos dialécticos, lo que sucede cuando ambos han transado medios y objetivos. El llamado consenso, importante para construir relaciones francas y duraderas, nunca es producto del trágala, de la imposición de lo que le resulta insoportable al que la sufre. Experiencias hay para aburrir.
Pero lo que no tiene sentido es la equidistancia de partida en una de las partes del juego. El consenso, algo de lo que estamos urgidos, más que necesitados, requiere de posiciones claras, además de encontradas. Sin saber si uno va realmente a peras o a manzanas resulta imposible acordar nada.
El partido socialista de los años 70 sorteó su republicanismo, dejando constancia de su alma republicana en un voto particular que ni siquiera votaron en los debates constitucionales. Con buen criterio, el mismo del comunista Carrillo, centraron la cuestión en términos más reales: “¿monarquía, república? Lo esencial es la democracia.”
Hoy, después de cuarenta años de acatamiento al orden constitucional, es decir a la monarquía parlamentaria como forma de gobierno, no tiene sentido abstenerse ante la estupidez de quitar toda referencia a la familia real en media docena de calles y plazas de la ciudad condal. ¿No habrá cuestiones más relevantes para los barceloneses a las que sus concejales prestan atención? Los socialistas no tendrán muchas ocasiones mejores para dejar constancia de que son un partido de criterio. Lástima que a golpe de abstención, de equidistancia, de blandenguería, no las aprovechen.
Sin aguja de marear, Sánchez sigue instalado en las ocurrencias, poniendo sus mejores esfuerzos en convencer a los españoles de que no es de fiar. Qué le vamos a hacer…