Está pasando en Chile. La Nueva Mayoría que gobierna el país andino bajo el manto de Bachelet lleva meses cayendo en cuenta de cuán lejos está predicar de dar trigo. Suele pasar cuando el predicador quiere calentar a la parroquia ofreciendo duros a tres pesetas. La gratuidad total, desde la salud hasta la Universidad, o un sueldo mínimo para todos.
Cuando el funcionario que a tantos ha visto pasar -los últimos, los liberales de Piñera– avisa de que la bolsa no da para tanto porque los chinos ya no compran cobre como antes, comienzan los desvaríos: propuestas basadas en igualar por abajo los diferentes niveles existentes en áreas como la salud o la educación. Como si la excelencia fuera un mero pretexto para preservar las diferencias sociales.
No paran un minuto para reflexionar si con ello mejorará el nivel sanitario o el cultural de los ciudadanos. ¿Por qué no aspirar a que la igualdad de todos en derechos y obligaciones se alcance por arriba? Y en cuanto a la garantía del sueldo para todos, de inserción o como quiera llamárselo, ¿podrá ser costeada por los impuestos que la Hacienda pública percibe?
Por no hablar de cambios de hondo calado como la reforma constitucional, eslogan lanzado a la calle antes de pulsar la capacidad de generar los consensos precisos para llevarla a cabo con alguna garantía de éxito. O del sistema educativo, o del fiscal, etc.
Y ante el muro de la dura realidad, la presidenta y su mayoría gobernante, desde socialistas hasta comunistas con la asistencia de la democracia cristiana, reabren viejas heridas de la dictadura ofreciendo unos pesos a los militares que denuncien fechorías, y lanzan un nuevo eslogan: realismo sin renuncias. Que significa, en plata: chicos de lo dicho nada, pero lo que importa es que la cosa está en nuestras manos; la derecha ya no tiene el poder.
A los españoles todo esto nos suena a cosa conocida, una especie de déjà vu desde que las recientes elecciones municipales brindaron a los socialistas de Sánchez la ocasión de poner al frente de muchas corporaciones municipales y algunas autonomías a los podemitas y sus múltiples marcas blancas. El cuadro es similar.
Aunque aquí sea demasiado pronto, al fin y al cabo poco menos de cien días han pasado desde el cambio de bastones de mando, Carmena y Colau por citar dos matronas del nuevo stablishment maniobran como pueden para echar marcha atrás sin que sus auspiciadores pongan pies en pared, y a ellas en la calle. Realismo sin renuncias. A la postre siempre pueden echar mano de maniobras de distracción no por estúpidas menos convincentes para sus huestes.
Ahí está el caso de la exdiputada Mamen Sánchez quien a pesar de haber perdido las elecciones hoy funge como alcalde de Jerez gracias a los podemitas de turno. La socialista acaba de quitar el busto de José María Pemán del teatro local. “Me sé poesías de Alberti de memoria. De Pemán, ninguna pero es evidente que su argumentario era favorable al régimen de Franco.” Ahí queda eso.
Y para que no dejarla sola, uno de sus comparsas tachó de asesino fascista a aquel presidente del consejo privado de don Juan y expresidente de la RAE, al escritor que en su último artículo, enviado a ABC tres días antes de su muerte, escribía que “no hay España y anti España sino dos Españas diferentes y complementarias. La libertad en nuestro país está en hacerlas convivir.”
¿Será que se está agostando la libertad en nuestro país?