Con una gamberra (RAE: que comete actos de incivilidad) al mando de su casa consistorial los barceloneses van a ver lo que es bueno. Ya sólo les falta que en la casa de enfrente de la Plaza de Sant Jaume se instale otro lucero del retroprogresismo de moda, o un secesionista republicano. Será el gran legado de ese pujolista que atiene por Artur y se ha cargado la organización política de la burguesía catalana más rápidamente de lo que cabría suponer.
Pero a lo que íbamos: Ada Colau.
A Jordi, un atento seguidor de esta bitácora, le sacan de sus casillas las sandeces con que este personaje ha irrumpido en la clase política. Lo de la ley que si no gusta no se cumple es de salir corriendo Ramblas abajo hasta el puerto y sin volver la vista atrás. Ada, o Hada porque parece de otro mundo, ha proferido la más rotunda negación de la democracia que se le puede ocurrir a un cargo electo; se ha ciscado en el Estado de derecho del que está dispuesta a administrar una parcela.
“Si hay que desobedecer las leyes que nos parecen injustas, se desobedecerán” ha dicho textualmente. No se ha presentado a unas elecciones para trabajar en la factura de leyes y decretos, para cambiar lo que piense que haya que cambiar, para innovar en lo que está por hacer; no.
Tampoco le movía el afán de mejorar las capacidades de su ciudad, dar trabajo a los noventa y siete mil parados que allí malviven; no. Fruto de sus amenazas ha sido la cancelación de un proyecto hotelero de primera magnitud sobre un inmueble ya construido en la confluencia de la Diagonal con el Paseo de Gracia.
Y por ahí seguirá sufriendo uno de los primeros recursos de la ciudad, el turismo. Dice que hay que frenarlo para que aquello no parezca Venecia (¿). Todo pensando en “los vecinos y vecinas”… que viven en los barrios y barrias de la llamada ciudad condal.
Lo interesante del caso son las causas por las que esta activista consiguió más de ciento setenta mil votos en las recientes municipales. Representan el 25%, está lejos de la mayoría necesaria para gobernar (once concejales de un total de cuarenta), sólo saca uno al actual alcalde, el convergente Trías. Y si llega a sentar plaza en lo que fue el Consell de Cent será gracias a la incapacidad de los políticos catalanes para armar una mayoría alternativa con los escaños de CiU, Ciudadanos, PSOE y PP.
Ese es uno, entre tantos otros, de los costes del nacionalismo que ha calentado el Mas que ahora se lamenta al ver a Colau a las puertas del ayuntamiento barcelonés; sólo le falta llorar como Boabdil el Chico al perder Granada.
En cualquier caso la candidata del frente izquierdista formado por CUP, Podemos, ICV-EUiA, Procés Constituient, etc. se considera ya al mando de la corporación municipal. Lo de Colau es fruto de una amalgama de factores e ingredientes cuajados en un personaje de escasa pureza democrática. Si de un metal precioso se tratara, la ley de Colau sería baja; no llegaría a los 12 quilates del oro medio, o a los 6 dineros en el caso de la plata; es decir, menos del 50%.
Jordi, ya sabe lo que le espera: cuando las leyes no gustan no se cambian; se desobedecen. Y punto final.