A veces no se sabe con quién juega, si con el club que le paga o a favor del adversario. Lo de ese larguirucho con cara de Boris Karloff que cobra 11 millones fijos por temporada y otros dos como variable, más que Cristiano, no es sencillo de entender. Por si no bastara con su nula presencia en el encuentro de la pasada semana en Turín, ayer ratificó en el Bernabéu que es una catástrofe sin paliativos, como poco antes de pedirle la dimisión el Rey Juan Carlos dijo del presidente de gobierno que heredó del caudillo.
Gareth Bale, que así se llama el muchacho galés que tiene encandilado a un paisano comentarista del Canal Plus, puede pasar del alarde físico espectacular, como el que desplegó en el gol que valió al Madrid la anterior Copa del Rey, a la indolencia, actitud más que frecuente. Y cuando no, a la contumacia en los errores, como la pasada noche. De cuantos remates hizo, sólo uno fue a portería.
¿Acaso no jugó mejor el Real esta temporada durante los meses en que el galés estaba de baja? La espectacularidad no cuenta, sobre todo cuando es estéril. Los partidos se ganan con goles y dando juego a los compañeros, no quitándoselo como ayer hizo en varios remates de cabeza.
Y para más inri dice su manager que Bale está triste y su carrera sufre porque en el Real no le pasan el balón, estado de ánimo que justamente denuncia en vísperas del partido en que el club se jugaba el pase a la final de la Copa de Europa. Mayor oportunidad, imposible.
No es la primera vez que este tal Barnett mete palos en la rueda del club del que viven él y su representado. El pasado verano desmintió la información que el club dio sobre el coste del fichaje de su pupilo; que no eran 91 millones sino 101 y otros detalles con los que desestabilizar la plantilla de jugadores.
El Real Madrid podría salvar una temporada de la que no se levará una sola copa a sus vitrinas recuperando lo que pueda de los millones invertidos en el personaje. Vendan a Bale, please. Se lo merece; él, el club y nosotros mismos también.