La traición que Rosa Díez achaca a sus conmilitones que acuden prestos en ayuda de un hipotético vencedor no es nada comparado con lo perpetrado por los responsables electorales del PP. Cada vez se hace más evidente la existencia de infiltrados en sus filas. Hay que poner mucho empeño en no movilizar a los votantes para sacar sobre la mesa el eslogan que ayer presentó el diputado Floriano.
Lo de “trabajar, hacer, crecer” está bien como epígrafe de un estudio sobre las hormigas voladoras, ya saben, esa mutación que acompaña a su apareamiento. Les salen alas para desplazarse mejor, trabajar y hacer crecer sus colonias. Eso de trabajar, hacer y crecer, así en modo impersonal, sin sujetos activos ni pasivos -¿quiénes y para quien trabajamos?- deja mucho que desear como elemento dinamizador del voto.
Claro que el infiltrado podría pretender lo contrario, como hacía entre las filas de IU la novia de Iglesias que tanto luchó hace un par de meses por conseguir la candidatura comunista por Madrid. Alcanzado el objetivo de eliminar al candidato natural, se despidió para dar el salto a la formación de sus amores. Que en la taimada maniobra se despeñara viene pasando desde Viriato, aquello de Roma no paga traidores. Pero cada vez se sabe menos Historia, lo que priva son las historietas.
No será ese el caso del portavoz popular pero empeñarse en seguir recitando el mantra de la crisis superada es la fórmula idónea para empujar al personal a buscar alicientes en otros abrevaderos ciudadanos.
Pocas veces le habrán indicado al líder de una formación política, desde dentro y desde fuera, tanto amigos como rivales, la necesidad de superar esa carencia de nervio para ponerse en el lugar de los gobernados, de la sociedad, de los demás en suma. Pero él parece empeñado en demostrar a través de los comicios escalonados en los cuatro trimestres del año, que eso de la empatía es un adorno; algo más propio de los populistas que del estadista volcado en su misión.
Algo necesario para vender biblias a domicilio o para reclutar clientes en las cafeterías.
Si acertara será merecedor de que a tan extraña fórmula política le pongan su nombre: la Táctica Rajoy. Algo así como lo de aquel matemático griego que al meterse en la tina advirtió cómo subía el nivel del agua, fenómeno desde entonces conocido como el Principio de Arquímedes.
Pero si por el contrario los electores le dieran la espalda, y el precedente andaluz no es despreciable, los sacrificios vividos por el conjunto de la sociedad para salir de la bancarrota podrían resultar baldíos si la inestabilidad se apoderara de la gobernanza del Estado.
En la conducción de la crisis el trabajo presidencial ha sido meritorio, pero a los españoles les es debido una explicación razonada del por qué se han hecho las cosas. Y por qué otras han dejado de hacerse. Con sujeto verbo y predicado, más allá de los números. Es cuestión de respeto.