Mes y pico a este ritmo y el común quizá no sea capaz de conservar la cordura. La cantidad de sandeces que emiten las estrellas de la campaña electoral que aún no ha comenzado, aunque parezca que está a punto de caer el día de reflexión, va creciendo exponencialmente. Menos mal que aún nos queda Podemos.
Pocas cosas más divertidas, a fuer de chuscas, que ver cómo se suceden las rectificaciones, retoques y demás artes del disimulo. Apenas quedan rastros de los espectros bolivarianos que ayudaron a construir y de cuyas rentas han venido viviendo; dice Iglesias que lo suyo es Finlandia, la Europa báltica. Nada que temer pues de cuanto venga de aquellas aguas, demasiado frías para los tiburones.
Pasar del marxismo leninista que han cultivado, enseñado en la facu y propalado por calles y redes sociales hasta llegar a la socialdemocracia sólo le ha costado al sumo sacerdote el tiempo de unas declaraciones. La socialdemocracia alemana hubo de pasar por diez años de guerra fría y un congreso extraordinario en Bad Godesberg para que H. Wehner y B. Brandt consiguieran en 1959 que el SPD renunciara al marxismo. Y en España, después de dos derrotas electorales, Felipe González tuvo que desafiar con su dimisión para que el PSOE, también en un congreso extraoridinario, hiciera lo propio veinte años después, 1979.
Y es que en la izquierda no hay otro camino para poder acceder a las alfombras del poder que arrinconar “El Capital” en el ángulo oscuro del salón, como el arpa cubierta de polvo en la rima de Bécker. Pues hagámoslo ya, se dijeron los mandamases de Podemos.
La última es de la segunda persona de esa extraña trinidad, el becario Errejón, que en un arranque de valentía concede que el sistema que tenemos es democrático pero necesita una serie de transformaciones estructurales, lo que “no equivale a una suerte de impugnación ni revisión de 30 años de pasado”.
Y para que nos quedemos tranquilos, aclara que «no significa revertir lo que existe sino la necesidad de abrir un proceso de transformación política y social. Eso para nosotros significa rescatar algunos de los legados de las generaciones de los que más orgullosos podíamos estar, como el blindaje de los servicios públicos o asegurar la posibilidad de la movilidad social«.
Y por si quedara alguna duda, concluye que no hay que acabar con instituciones “que han protagonizado durante 30 años muchas cosa buenas«.
En resumen, sólo les falta pasar por la peluquería y ponerse corbata. Aunque no lo parezca, el que menos tranquilo debería sentirse con el alumbramiento de esta nueva socialdemocracia es Pedro Sánchez. Pero él está en otra carrera, la suya propia para unas elecciones más lejanas. La prueba: la contra reforma laboral será esta semana el eje de los mensajes de su partido.
Muy propio ante unas elecciones de alcaldes, y más aún cuando la UE pide que profundicemos precisamente en la reforma laboral que el personaje quiere cargarse a golpe de demagogia. Ni Tsipras y Varufakis lo mejorarían. Por cierto, Iglesias ya está a punto de repudiarlos, como a Maduro.
Lástima de socialdemocracia; cuán larga es la sombra de Zapatero.