El baile de apoyos y alianzas que ocupará todo el año político no ha comenzado como se esperaba. O sí. En Andalucía un grupo parlamentario ha abierto su interpretación desafinando ya en los compases iniciales de la partitura escrita y vendida por su líder nacional. La repulsa frente a los corruptos y quienes los amparan parece ser menor en cuanto se rozan los flecos del poder.
Los nueve diputados regionales que Ciudadanos consiguió en las recientes elecciones pasaron del firme no a la complaciente abstención en la segunda votación que han tenido ocasión de hacer. Se trataba de formar la mesa de la cámara regional, y tales ciudadanos no dudaron en facilitar los deseos socialistas a cambio de una secretaría.
Con ello consolidaron un esperpento muy propio de aquellas tierras otrora de María Santísima en virtud del cual las tres secretarías son ocupadas por el PSOE, Ciudadanos e IU, sometiendo a los populares a una singular cuarentena pese a tener 33 asientos en la cámara frente a los 5 comunistas.
No debe de andar feliz Rivera con la maniobra orquestada por su delegado, Juan Marín, quien ya en las anteriores elecciones municipales puso a disposición del PSOE sus tres concejales para desalojar a los populares del ayuntamiento de San Lúcar de Barrameda.
Una segunda votación en blanco el día 29, investidura de Díaz, acabaría dejando en agua de borraja el caldo regenerador que con éxito evidente vende su jefe nacional.
¿A qué atendrán los nueve ciudadanos en el parlamento andaluz, al prístino mensaje de Rivera o al vuelo raso de Marín? Porque si tal dilema no existiera estarían confirmando la tesis de que C’s no es un partido. Su jefe lo escribió hace unos días en el artículo-manifiesto que firmó en un diario nacional: “no somos sólo un partido político, sino un proyecto para España”. Pero sus estatutos lo llaman “partido de la ciudadanía” porque no de otra forma puede llevarse a cabo, con ambición y seriedad, empresa alguna.
La indefinición vale para lo que vale, hasta que es llegada la hora de cumplir las expectativas suscitadas. Por ejemplo, un nuevo modo de hacer política.
La verdad es que entre unas cosas y otras el viejo se revela cada día más insoportable. Por ahí transita Pedro Sánchez engañando al personal con el truco de pedir lo imposible como si siguiera de tertuliano en TVE. La desfachatez con que el partido que estrenó las amnistías fiscales en España pide hoy que se hagan públicos los nombres de quienes hace tres años se acogieron a la última, 2012, es de aurora boreal.
Almas cándidas piensan que cuando él lo pide será porque sabe que ahí no entró ningún socialista a regular su situación fiscal. ¡Quia! Se trata de algo tan torticero como pedir lo que nadie le puede dar: incumplir la ley o hacer otra saltándose el artículo 9.3 de la Constitución que garantiza «la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales”; el 25, “nadie puede ser condenado o sancionado por acciones u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito, falta o infracción administrativa, según la legislación vigente en aquel momento«, y sin ir más lejos, el 2 del Código Penal.
Cosas de la vieja política, cosas de Sánchez. Extraña manera de hacer patria; como su embestida contra las multinacionales hace dos semanas en el Palace, ante el pleno de la Amcham Spain, la cámara de comercio norteamericana en España.