El próximo fin de semana seguramente volvamos a sentir cuán gruesa tiene la piel el votante español ante los escándalos de corrupción. No es Andalucía la única región, catalanes y valencianos no le van a la zaga, pero sí ostentan sus dirigentes políticos los más altos niveles de resilencia para salir indemnes de los escándalos.
La RAE define este fenómeno psicológico de la resilencia como la “capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Así llevan luciéndolo durante décadas los sucesivos responsables del gobierno de aquella región que se suceden por cooptación cada vez que uno de ellos teme ser salpicado desde la charca.
Por si no bastara con lo que llevamos sabido de los EREs, los cursos de formación sin cursos y demás mangancias cubiertas por la Junta, la fiscalía abre un nuevo frente: el de la comunidad de regantes de las marismas del Guadalquivir. Cuarenta millones en subvenciones, que no llegaron a su destino. Una más de las artes de distraer recursos públicos en beneficio impropio cuando el dinero es de baracalofi.
Y como viene sucediendo elección tras elección, los votantes cautivos seguirán siéndolo porque fuera del pesebre suele hacer frío. La corrupción se ha hecho sistémica, amparada por la demagogia populista que llegó al paroxismo cuando aquellas manifestaciones convocadas en los años ochenta “porque le quieren quitar el despacho al hermano de Alfonso”, el Juan Guerra que arreglaba cositas tomando cafelitos en la Junta.
Así comenzaba la historia que ha degenerado en la corrupción enraizada en la parte más débil de la sociedad andaluza; en la clientela a la que apelan los desplantes de “esta presidenta” cuando proclama voz en cuello la limpieza de su partido y gobierno. Susana Díaz ganará la elección, su elección, pero quizá no cubra todos los objetivos que se fijó al convocarla. Los debates televisados han puesto de manifiesto unas limitaciones dialécticas más allá de lo que cabría suponer.
La incapacidad para el dialogo está erosionando su promisoria imagen en amplios círculos del partido, lo que sin duda habrá tranquilizado a su secretario general. Pero tal insolvencia poco contará ante sus fieles, víctimas insensibles de un sistema de corrupción institucionalizada, la que permite convivir con más de un cuarenta por ciento de parados oficiales como si nada pasara.