Si la dignidad es la gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse, así la define la RAE, cuán poco de ella se da en la política de nuestros días. La dignidad significa respeto, respetar al otro y hacerse respetar. Sin respetar a los demás la democracia degenera en tiranía, y pierde la dignidad quien no sabe hacerse respetar.
Viene esto a cuento de la resistencia que uno siente a dejarse abatir por las circunstancias que marcan la vida política nacional; cuestión de dignidad propia, tal vez. Si hace años pudo ser lo que parecía imposible, ¿por qué ahora no va a serlo?
Desde hace una década se viene instalando en la conciencia pública un extraño negacionismo de nuestra democracia quizá originado por el adanismo del último gobierno socialista, Rodríguez Zapatero. Esa paranoia de quien se cree llamado a resetear a todo un país milenario -sociedad, creencias y costumbres- para comenzar a escribir su Historia atenta contra los anclajes del sistema. Y de ahí a renegar de su origen sólo hay un paso. Que es donde estamos.
Negar la realidad del cambio radical que significó el paso pacífico y compartido por la inmensa mayoría de los españoles de una dictadura a la democracia parlamentaria es tan absurdo como el negacionismo frente al exterminio nazi de judíos o al cambio climático.
Tratar de hacer tabla rasa de aquel cambio, reintroducir el cainismo político, hablar de tiros en el paredón como hace unos días hizo un imbécil en Puebla de Sanabria, senador pero imbécil, es un atentado contra la historia y nuestras libertades, que caen más cerca. Y qué decir de quienes juegan a instalar aquí y ahora el paraíso comunista de los bolivarianos, iraníes y demás selectas compañías que han encontrado en la galaxia totalitaria.
Si fue posible liberarse de aquel sistema política y jurídicamente estructurado durante treinta y cinco años, ¿cómo ahora nuestra sociedad no va a poder resolver las tensiones generadas por el arbitrismo de unos aventureros y la pérdida del norte que aqueja a tantos otros?
En el fondo, el milagro de la Transición fue romper la frontera entre el nosotros y los otros; ver en el otro al compañero con quien andar el camino. Fue, pues, un ejercicio de dignidad; propia y de reconocimiento de la dignidad de los demás, de su libertad y autonomía ciudadana.
Ese fue el equipaje con que llegó a la presidencia Adolfo Suárez, la dignidad. El mismo con el que salió y mantuvo hasta su último día.
Genial.Creo que Adolfo Suárez ha sido el político más Honrado de los últimos. 50 AÑOS….Y DIGO Honrado, con Mayúsculas