Gorda debe de ser la avería que Tomás Gómez escondía en el despacho que ocupaba hasta ayer en la sede socialista madrileña para que el partido haya cambiado las cerraduras. Que no pueda tocar nada; lo más parecido a la prisión preventiva que con tanta alegría disponen algunos jueces.
La razón de por qué Sánchez ha dado el golpe a estas alturas, a poco más de tres meses de la cita con las urnas, vuelve a suscitar la pegunta de si éste es el líder que consolide al PSOE como fuerza alternativa de gobierno. No puede tratarse tan sólo de una mera maniobra de imagen para demostrar autoridad; los líderes muestran su fuerza interior convenciendo, no atropellando las formas y normas del propio partido.
Si ha actuado para cortar un escándalo por llegar, la decisión es demasiado tardía. ¿Hasta ahora no investigaron las cuentas de Parla; no tienen allí militantes suficientes como para enterarse de qué pasó, ni siquiera leen los periódicos? Pero si el asunto anda por los tribunales desde hace más de tres años…
Para cambiar el cartel electoral, objetivo urgido por las encuestas, ¿acaso el secretario general, con toda su corte de barones y ayudantes varios, no tiene capacidad para convencer al de la federación madrileña de que él mismo saldría ganando si dejara paso a un candidato mejor? Para el PSOE, malo si así es.
Y sería cruel suponer que con la fulminante destitución del mandamás madrileño Sánchez busca de paso poner en evidencia a Susana Díaz, antigua avalista y hoy temida como competidora. Y es que, realmente, la andaluza que se juega el futuro dentro de un mes no ha movido ni las pestañas al contemplar a diario la tropa de imputados, presuntos y hasta confesos delincuentes que la rodean.
Pero, en fin, hay cuestiones tanto o más trascendentales que los avatares del socialismo madrileño. Grecia, por ejemplo.
No por lo que pueda incidir en las urnas españolas, pese a las tonterías que dice Tsipras, o las que Iglesias escribe en el británico The Guardian, ni siquiera por los veintiséis mil millones que los griegos nos deben a los españoles que, en cualquier caso, no veremos un euro de sus intereses hasta dentro de diez años, y allá por el 2045 los que aquí queden comenzarían a recuperar el capital prestado. Lo que realmente importa es su situación en el mapa.
Si el Egeo no cerrara la salida del Mar Negro, ese líder ruso cuyo fenotipo tanto recuerda al hitleriano tendría menos interés por los helenos del que ya ha mostrado. China también se ofrece. Y Obama dice que les ayudemos con el mismo empeño que tenía en que la UE admitiera a Turquía.
Esa, la geoestrategia es el la dimensión cardinal del asunto griego. Con la salida de la UE, cosa improbable, no se hundiría el mundo; la UE tampoco. Su producto interior es sólo un 16% del español, por ejemplo. Lo razonable, y más posible, es que permanezca en el club. Pasada la demagogia electoral, Tsipras sabe que su pueblo quiere permanecer en la UE. Se enfrenta pues a la necesidad de salvar la cara para lo que no dudará en renunciar a algunos principios. Tiene tiempo hasta el mes de junio.
Y aquí algunos españoles podrán comprobar cuán corto acaba siendo el vuelo del gallo.