Lo más sonado del reciente debate en el Congreso fue el “ha sido patético” con que el presidente del Gobierno concluyó su contrarréplica al portavoz socialista. Y el periodismo vigente simplificó el debate con una alegría impropia del momento: “Rajoy pierde los papeles”. Que el señor de los papeles perdidos fuera tildado de mentiroso, corrupto, sinvergüenza, antidemócrata, vendepatrias, en fin, de todo menos de bonito, no mereció mayores comentarios.
Pero no es eso tan relevante como el hecho de que tanto Sánchez como el resto de los opositores menores negaran la evidencia de la realidad económica que hoy vive el país y su clara tendencia apreciable. Ni una apostilla sobre “El Gobierno socialista evitó el rescate y ustedes lo trajeron. Miente usted señor Rajoy» (Sánchez dixit).
Como tampoco consta anotación alguna al desprecio con que la mayoría de la oposición ninguneó a los populares. Nadie tiene el monopolio de la calle, pero en una democracia parlamentaria si alguien puede hablar con causa es la mayoría. Y cuando la mayoría representa casi a uno de cada dos votantes, el 45% le dio el gobierno a Rajoy, merece respeto. La realidad política está en las urnas; en las tertulias y sondeos, la especulación.
La acumulación de mentiras no conduce a sitio alguno. Malos cimientos para levantar la senda por la que, se supone, todos deberían avanzar: el bien común, los intereses generales y demás objetivos que definen el patriotismo.
Ese fue, en mi opinión, el gran vacío que este debate descubrió. ¿Dónde están los patriotas, en qué se ocupan?
Poner en duda la legitimidad de las instituciones democráticas es el primer estribo desde el que saltar al vacío de la prehistoria política que los bolivarianos de aquí llevan socavando un par de años, la llamada democracia directa.
La calle sin intermediarios; como comenzaron los pocos atenienses libres hace veintiséis siglos y hoy cursa en algunos pueblos españoles de menos de 100 habitantes, donde en Concejo Abierto deciden sobre caminos rurales, prados y aprovechamiento de bosques comunales. Cuestiones quizá no tan complejas como los sistemas educativo, sanitario o fiscal de un país; y ya no digamos si hay Comunidades Autónomas de por medio.
Ante ese cuento de “no nos representan”, “la calle es mía” que dijo el Fraga preconstitucional ante el primero de mayo de 1976 y hoy remacha con las armas Maduro en Venezuela, ¿nada que decir los miembros del arco parlamentario ante tantas sandungadas caribeñas? ¿Nada que objetar los propietarios del Círculo de Bellas Artes a que el telepredicador antisistema utilice sus salones para parodiar el debate en el Congreso y ciscarse en la soberanía nacional?
Y qué me dices de la visita a Cuba, clandestina, de un Consejero de Estado?.
Por lo demás, magnífico y acertadísimo comentario.
Dice el articulo: «¿Dónde están los patriotas, en qué se ocupan?» Algunos pensamos que lo que hay en el Congreso son «delegados de partido», los cuales fueron puestos por éstos en las listas electorales. Y naturalmente se ocupan de ellos mismos, no de la gente. Mientras estén las listas de partido todo cambiará para que nada cambie. Incluido Podemos, y si no, al tiempo. Lo que puede salvarnos es que los poderes del estado sean independientes de verdad y para ello cuanto antes se modifique lo necesario, mejor. Lo primero eliminar las listas del sistema electoral. (Es mi opinión)