Hasta ahora no había fijado mi atención en Podemos ni en Pablo Iglesias, su icono, pero una reciente aparición en el programa 24 horas de RTVE ha despertado mi interés. Sobre todo tras la reacción violenta del personaje, seguido por su clac, quejicoso por el aire de la entrevista.
Lo primero que asombra es la desfachatez con la que el sujeto se despacha ante los espectadores reducidos al nivel de colegas; mirada sostenida fruto de largas sesiones de ensayo ante el espejo, tuteo a todo el mundo, manga de camisa blanca remangada como queriendo decir “aquí no hay nada que ocultar”. Porque esa es su cruz, la ocultación, el doble lenguaje, la máscara. Sí, cruz.
El estallido ante la impertinente travesura del entrevistador sobre la excarcelación de terroristas, sus relaciones con Bildu son públicas desde el pasado verano, demuestra la aversión de los bolivarianos a todo lo que pueda teñirles de rojo. Así entró Castro en La Habana el 1 de enero de 1959, y con la similar devoción ven muchos en este personaje al redentor de todos los males presentes.
Ante un pueblo cabreado, Iglesias está programado para que en él sientan al caudillo que meterá en sus bolsillos lo que la casta destina al pago de la deuda exterior, el justiciero que acabará con los chorizos, el mesías que abrirá el camino hacia un país nuevo, sin monopolios, igualitario, y libre, sobre todo libre.
Los precedentes vividos en el siglo pasado quedan demasiado lejanos como para servir de escarmiento. Stalin, Hitler, Mussolini, Franco apenas dicen nada a los veinte millones de españoles nacidos en democracia. Y los más recientes, los Castro, Morales, Chávez o Maduro con quienes tanto han colaborado, los autores de la franquicia libertadora se cuidan muy mucho de ignorar públicamente.
Pero nada puede ocultarse durante mucho tiempo, y resulta que la libertad de prensa que pedía hace un mes, liberar a los periodistas de la dictadura de sus medios, se troca en censura pura y dura reclamando a la televisión que despida al periodista que le llevó a su programa. Con un par.
Ya empezó la cosa mal cuando antes de la primera pregunta se adelantó para decir que estaba allí gracias a la presión de los trabajadores del medio. El pequeño caudillo no se esperaría la respuesta que obtuvo: efectivamente señor Iglesias, está usted aquí porque yo soy trabajador de esta casa. Insolente periodista; “a la calle” repitieron sus terminales en la red.
Aquello de Lincoln, que Kennedy dijo peor un siglo después, “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Claro que no es menos cierto que mucho depende de cuánto se esté dispuesto a dejarse engañar…